9. Los dulces de Juan

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Sarah Rodríguez

Cerré el libro frente a mí mientras veía el reloj en la pared, todavía faltaba más de una hora para que se terminara la clase y yo me sentía dormida en mi silla. Levante la mano y cuando la mujer me miró dándome permiso para ir al baño salí corriendo sin ver atrás, necesitaba aire fresco. Los baños estaban en la esquina, pero necesitaba más tiempo así que tomé el camino largo que daban a los baños del segundo piso junto al otro edificio.

— Hola, linda.

Samuel se recargaba en el barandal fuera de los baños, tenía el cabello mojado y se secaba las manos con un pedazo de papel, su tiro fue perfecto cuando lanzó la pequeña pelota al bote a su lado.

— No te he visto en toda la semana.

Asentí sin querer seguirle la plática, era como si alguien me hubiera comido la lengua y parecía que mi cuerpo sintiera asco junto al suyo.

— ¿Te gustó la fiesta en mi casa?

La fiesta en su casa, eso era. Las luces, los cuerpos, el calor de su boca sobre la mía llegaron a mi cuerpo como si lo estuviera viviendo de nuevo. Samuel se acercó a mí aprovechando mi silencio y tomó mi mano.

— Quiero que sepas que nunca haría nada que tu quisieras.

Esa frase ya la había escuchado de sus labios, en su habitación esa misma noche porque yo me había negado a tener sexo con él, pero me había tomado de la mano y la había acercado a su pecho jurándome que no haría nada.

— He estado ocupada. — mi mente contestó lo primero que me había dicho como si hubiera estado congelada. — Por eso no me viste toda la semana.

Él asintió tratando de entenderme y dejó un beso en el dorso de mi mano, era un gesto tan lindo que no podía evitar alegrar un poco mi corazón, pero fuera de eso es como si estuviera con cualquier otro hombre, no con el chico que me había gustado tanto. Se despidió con una sonrisa y salió de mi vista dejándome parada frente al baño.

***

Isabela había terminado sus ejercicios y me los mostraba con cara orgullosa, todos estaban mal así que se la devolví sin decir nada.

— Me rindo. — tiro la libreta frente a ella después de lo que pareció ser dos segundos. — Hablo en serio, ¿cómo chingados quieres que haga esto?

— Los estás viendo al revés. — contesté con la mirada fija en la libreta.

— Oh.

Ella le dio la vuelta y se puso a responderlos, esta vez estaban bien. No era tan tonta como presumía, pero si era muy difícil de enseñar. Teniendo en cuenta que le estaba enseñando álgebra podría decir que en efecto las matemáticas y ella no se llevaban muy bien. Solo habíamos estado juntas una semana, tan solo tres días, pero hasta ahora nos habíamos limitado a enseñarle, le explicaba cómo funcionaban las cosas, le escribía algunos ejercicios y me quedaba sentada con los brazos cruzados bebiendo mi café, algunas veces miraba mi celular, pero era lo único que sucedía. No hacía bromas tontas ni comentarios de la nada, estaba concentrada en su tarea además nuestra confianza no iba a crecer en tres días de vernos, el ambiente todavía estaba incómodo.

— Descanso. — gritó dejando el lápiz y acomodándose en la silla. Nunca la había visto sentarse de manera adecuada, siempre tenía que tener una pierna de alguna forma extraña, esta vez estaba con ambas recogidas y abrazadas con sus manos sobre su pecho. — ¿Cómo vas con eso de la lista?

— ¿Eh? — levanté la vista de mi celular. La lista. — Ah sí, bien.

— O sea que no has hecho nada. — estaba mordiendo su lápiz. Me costó un poco volver a la conversación después de estar en mis pensamientos por un tiempo. — te frotas los ojos cuando mientes, lo hacías cuando éramos pequeñas.

Ella es bonitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora