30. Dios perdóname por pecar

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Sarah Rodriguez

El rojo de mi labial no se queda marcado en la copa de vino lo cual agradezco infinitamente y sonrió a lo que mi abuela está diciendo, llevaba un año entero sin verla así que estar cerca de ella me hace sentirme mas amaba, mucho más que en mi propia casa, tal vez porque su casa es bonita y acogedora, además el clima caluroso de la costa me llenaba como nunca antes, como amo la playa.

— Deberías salir, cariño. — La voz dulce de la mujer que vivía con ella me sobresalta.

— Lidia tiene razón, la playa a estas horas es hermosa.

La roomie de mi abuela es una mujer de su edad pero con mucho menos canas en su cabello negro, lo cual me parecía imposible si no existieran los tintes de cabello. Ambas parecían llevarse tan bien, como si fueran mejores amigas.

— Saldré a una fiesta esta noche, — explique.

Mi abuela sabía que la visitaba porque me gustaba estar con ella pero también porque la playa era mi lugar seguro, no viajamos tanto aquí porque Elias era alérgico al agua de mar o algo así, la verdad nunca me interesó saberlo. Aun así aquí estaba yo, no quería decirles que la fiesta era en la casa de playa de uno de los amigos de mi novio porque sabía que no me dejarían ir, asi que solo explique que era casa de una amiga que se mudo a la playa, no era del todo mentira ya que si era amiga de la hermana del amigo de Samuel,wow, demasiado confuso.

— Está bien, linda. — hablo mi abuela. — pero sigue platicando de tu increíble vida.

No sabia si lo decía con sarcasmo, no conocía a otra persona que no fuera la chica del cabello rubio y los ojos miel que usaran el sarcasmo de forma diaria. Probablemente era una pregunta genuina que decidí contestar pero la imagen de Isa en mi cabeza siguió dando vueltas. Al parecer dos semanas evitándola no eran suficientes para olvidarla, pero probablemente la playa si lo era.

Algunas horas después Lidia y mi abuela me ayudaron a arreglarme, notaba como se lanzaban miradas la una a la otra como si quisieran decirme algo más pero nunca lo hacían y la forma en la que se comunicaban sin usar palabras me hizo sentir envidia. ¿Por qué yo no tenía una mejor amiga? Las dos elogiaron mi falda pero sabía que necesitaba algo más para verme bien, la voz de Isa llegó a mi mente.

— Los accesorios son todo, Sarah. — tenía las manos tallandose los ojos. — collares, anillos, aretes, mascadas. Pueden hacer que incluso tú te veas bien.

— Abuela, ¿tienes algún collar que me prestes?

Ella sonrió antes de salir de la habitación, Lidia se quedó sola conmigo y me veía por el reflejo del espejo. La dulzura en su mirada me hacía sentir como si formara parte de la familia, como si estuviera viendo a la otra mitad de mi abuela. Mi celular sonó evitando que ella pudiera hablar, me disculpé antes de contestar.

— Estamos afuera.

Era la voz de mi novio, él había viajado hasta aquí desde nuestra ciudad junto con mis amigos esta mañana para poder llegar en la tarde a la playa pero algo había pasado en el camino y hasta ahora estaban aquí pero habían llegado. Mi abuela me ayudó a ponerme su collar y ambas me acompañaron a la puerta, les di la dirección de la fiesta, mi numero celular, el de mis amigos y como contactarme, no quería que se preocuparan así que les dije que probablemente me quedaría allí para no estar de noche en las calles, les pareció una buena idea. Lidia me dijo que si necesitaba algo cerca de la casa se encontraba un hotel en donde podía pedir ayuda o un celular o cualquier cosa, les agradecí a ambas y salí de la casa para dirigirme afuera de la vecindad en donde mis amigos esperaban.

Julio gritaba mientras Vanesa bajaba los vidrios de la camioneta, al parecer llevaban demasiado tiempo juntos en una camioneta como para soportar diez minutos más. Me explicaron que se habían detenido en una gasolinera para vestirse para la fiesta porque sabían que no llegarían a tiempo. Mi novio al volante parecía demasiado irritado y los ignoraba cada que podía, estaba interesado en mi historia solo porque no le interesaba la de los demás que ya había escuchado demasiado ese día. Un letrero nos indicaba que salíamos de la ciudad y la orilla de la playa nos seguía mientras nos dirigimos a la dirección marcada en el gps en el celular de Samuel. Apenas se estaba oscureciendo y podía ver el atardecer a mi lado con el sol juntándose en la orilla del mar, era demasiado bello.

Ella es bonitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora