8. ¡Que poca madre!

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Isabel Caballero

No quería incomodar a nadie, no era mi cometido en mi vida así que cuando Sarah comenzó a ver como loca a todas partes cada que me acercaba, terminar la asesoría era la mejor opción. Entendía por qué se ponía así, no creía que fuera lo correcto, pero al final así era. No la había vuelto a ver en una semana, pero sus historias en Instagram la mostraban en una fiesta, en el parque o incluso en varias fiestas más junto a un chico. Reconocí al chico, éramos compañeros de asiento cuando estudiaba en la misma escuela de Sarah, era buena persona o eso es la parte que recuerdo. La verdad no me importaba la vida de Sarah.

— Es una tontería. — Mis amigos se estaban peleando delante de mí como era costumbre mientras edificaban la gran torre con bloques de madera.

— Sebastián solo quita tu maldito libro de la mesa. — le contestaba su primo.

— Quita tu maldita cara de mi vista.

Grace les dio una mirada que los hizo callar, eran un montón de niños de tres años atrapados en cuerpos de adolescentes hormonales. La persona encargada del pequeño local de comida llevó los platos a la mesa con una sonrisa. La mujer de la edad de mi madre nos venía como sus propios hijos, según sabía ella nunca había podido tener los propios así que trabajar frente a una preparatoria con niños como nosotros era el sueño de su vida.

— Me parece una falta de respeto que ganes siempre. ¿Haces trampa, Bella?

— Tu cola.

Emiliano me saco la lengua tratando de quitar uno de los bloques del tenga sin que se cayera, parecía la persona más concentrada, pero al final de cuentas terminaba tirando la torre con un estruendo.

— Dejen de hacer eso. — grito mi hermano quitando su plato para que los bloques no cayeran en sus chilaquiles. — Si arruinan mi desayuno yo lloraré todo el día.

— Dame un beso y deja de quejarte, amor. — soltó Emiliano dejándose caer de espaldas para tocar con el pecho del otro, mi hermano solo lo empujo.

Sebastián estaba a mi lado con la mirada siguiendo el contenido de su libro mientras le robaba papas a su primo y se las metía a la boca sin despegarse de la historia frente a él.

— Disculpe, — llame a la mujer. — ¿Puedo poner música?

La mujer me dedicó una sonrisa mientras con su mano libre prendía la bocina junto a nosotros. Era normal que quien comiera aquí pusiera la música. El bluetooth de mi celular se conectó de manera instantánea lo que dice las muchas veces que hemos estado aquí en todos los tres años de preparatoria.

La música en mi teléfono era variada porque mis amigos eran así de variados, todos tenían sus canciones favoritas guardadas en mi celular porque en algún momento también se volvieron mis canciones favoritas y porque yo pagaba el Spotify. Letras con todo tipo de temas, todo tipo de idiomas y ritmos se podían escuchar salir de la bocina mientras volvíamos a armar la torre.

— ¿Otra vez sonriéndole al teléfono? — preguntó Grace mientras yo dejaba mi celular en la mesa para cambiar la música siempre que pudiera. — Dime que invitaste a esa chica al concierto del sábado.

— El concierto es en dos semanas, — le recordé.

— Como sea, quiero conocer a quien te hace sonreír. — me apresuro la chica acercándose a mí como si realmente pensara eso y no quisiera conocerla solo para burlarse de mí.

— Todavía no nos conocemos mucho

El tema se dejó por la paz con ese comentario mientras Grace volvía a sus apuntes, tratando de comer al mismo tiempo. No quería apresurarme en nada, además era cierto, no habíamos hablado suficiente para invitarla.

Ella es bonitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora