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Mikasa terminó su relato con la muerte de Eren, cuando en una nube de vapor los titanes desaparecieron. No habló sobre lo que ella hizo, ni sobre el cuerpo, terminó con el relato de una batalla interrumpida.

Los guardias la miraban con el rostro ensombrecido, más aún que sus amigos (que ya habían escuchado esa versión de la historia) y la familia de Jean y Connie.

Dejó que las lágrimas corrieran por su rostro, dudaba que alguna vez pudiera mencionar a Eren en voz alta sin derramarlas, menos aún relatar su muerte, pero se cuidó de sollozar. Sabía que si se le escapaba un sollozo no pararía de llorar. No lo había hecho con gente a su alrededor, pero allá en casa las lágrimas no se le terminaron la primera vez que lloró por Eren hasta una semana después. Por lo pronto, ya tendría tiempo de llorar en serio por la noche.

Ina le puso un pañuelo en el muslo y Mikasa lo tomó, agradecida, para limpiarse el rostro. Sonrió ligeramente al darse cuenta de que el pequeño Harlan había gateado hasta ponerse encima de Armin, quien también sostenía a Irina, y reía tratando de alcanzar el cuello de la camisa del comandante. Era por ellos por quienes derramaba esas lágrimas. Si ese era el costo por las vidas y las sonrisas de su familia lo pagaría sin problema alguno, no era mucho pedir comparado con todas las veces que ya había llorado hasta entonces.

Y realmente no sollozó hasta más tarde ese día, mientras molía las hierbas secas que trajo de la pequeña botica del médico. Improvisó un metate con un par de piedras de río y mezclaba los polvos con savia de la única planta de la receta que pudo reconocer fresca en el bosque.

El despliegue de emociones de hacía rato la puso sensible, supuso, porque ahora la razón de sus lágrimas era que su madre la había enseñado a reconocer esas plantas y ya no lo recordaba. Había tenido que comprarlas y por eso el ungüento estaría listo días después de que había descubierto que alguien lo necesitaba. Tanto se esforzó por memorizar los nombres y los sitios en donde estaban, tanto le insistió su mamá en que debía aprender para poder reaccionar ante una emergencia y lo terminó olvidando. Sentía que estaba traicionando a su familia, que había desperdiciado los preciosos años que había tenido con sus padres.

Terminó su menjurje y le dio el frasco que lo contenía a Jean cuando se topó con él camino de vuelta al dormitorio con la instrucción de colocarlo en sus manos resecas. Tenía sueño, quería dormir. Quería cerrar los ojos y despertar cuando esto terminara, cuando pudiera volver a su casa, al pie de la colina y volver a su rutina, sin nada que la hiciera pensar o sentir demasiado.

***

Por fin era hora de irse. O lo sería dentro de media hora, en fin.

Reiner estaba pasando sus últimos momentos ahí junto con Ina. La mujer despedía un olor a plantas que él hubiera considerado agradable de no percibirlo también todo el tiempo en las manos de Jean.

—¿Me vas a extrañar cuando me vaya? —fue la pregunta que hizo él, acercándose de un brinquito sobre la cama a ella para estar sentados lado a lado, provocando que el hijo de la joven, sentado en las piernas de Reiner, riera con el movimiento.

—Voy a extrañar quien lave mi ropa —respondió Ina con media sonrisa—. A veces me pongo de acuerdo con la señora Springer e intercambiamos tareas, pero no creas que mis tíos ayudan demasiado...

—¿Y no vas a extrañar platicar con alguien de tu edad? —insistió Reiner. A ella le encantaba irse por las ramas y él se sentía que la jalaba de los pies, como a un globo a punto de escapar. Le fascinaba.

—No tienes mi edad, me llevas un año. Creo que solo Annie tiene mi edad y no recuerdo que me haya dicho nada en estas dos semanas, pero... —Se le acercó a Reiner al rostro abruptamente—, si regresas no tengo por qué extrañarte, ¿o sí?

La paz en Eldia (Fanfic de Attack On Titan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora