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Mikasa despertó escudada del frío con el brazo y el pecho de Jean, quien estaba dormido todavía y respiraba suavemente. Levantó un poco la cabeza, pero cambió de opinión cuando el aire helado a su alrededor le lastimó la nariz. Volvió a poner el rostro directamente contra el pecho de Jean, agradecida por el calor que el hombre emanaba. El olor del sudor estaba tan presente como el calor, pero si había que elegir, en ese momento estaba bien disfrutando y tolerando ambos.

No pasó mucho tiempo —o al menos no lo pareció—, cuando Jean se removió entre la capa y los miembros de Mikasa y despertó, mirando a la mujer con esos ojos dorados y brillantes a pesar de lo cansado que fue el día anterior.

—Buenos días —le dijo a Mikasa al oído, sin cambiar apenas de posición.

—Buen día.

—¿Cómo te sientes?

—Me imagino que mejor que tú la última vez que dormimos juntos.

Jean soltó una risilla y le besó la coronilla antes de responder:

—Espero que sí, por lo menos yo dormí mejor que con el costado abierto —«y con sangre en las manos», calló su silencio.

Desayunaron el recalentado de la sopa de Jean. Seguía algo aguada, pero el sabor mejoró después del descanso de esa noche. Antes de salir de la cabaña recogieron las pocas pertenencias que llevaron. La ropa de Mikasa ya estaba seca, así que se la puso. Se sentía un poco áspera y crujiente, pero su casa no estaba muy lejos y podría cambiarse. Tal vez asearse también, tal vez algo más.

Dirigió la mirada hacia Jean, quien se encontraba envolviendo sus últimas pertenencias. Iluminado con los tenues rayos del sol, el viejo hogar de Mikasa no se veía como el sitio de sus pesadillas, sino como una casa vieja y triste, el esqueleto del lugar que la vio nacer. Quizá la perspectiva podía cambiar si fuera la hora a la que vinieron a llevársela aquella vez, o si se sentara a la mesa en el sitio en el que había estado aquella vez, de niña, cuando entraron los intrusos.

—¡Mikasa! —exclamó Jean al abrir la puerta—. Dijiste que no nevaría en unas semanas.

La mujer trastabilló un poco, con la salida tan brusca de sus propios pensamientos, y se asomó afuera. El suelo estaba cubierto por una capa de aguanieve tan fina que solamente se acumulaba hielo en las áreas en las que el pasto la sostenía, apartándola del suelo. Mikasa arqueó una ceja y salió al exterior. Escuchando el leve crujir de la tierra mojada bajo sus botas.

—Lo que queda de hielo se va a derretir en cuanto salga el sol, vamos —lo tomó de la mano y lo jaló hacia afuera, esperando que ese deliberado acto se viera natural a ojos de Jean.

—¿Y para bajar...?

—A como bajemos va a haber menos nieve, vamos. Seguro que los caballos tienen hambre. —Mikasa volvió a jalar la mano del hombre hacia afuera y se dirigieron juntos al sitio donde los caballos estaban esperando.

Cabalgaron de vuelta a buena velocidad, con todo y la ligera nevada en la montaña y las preocupaciones de Jean. Para cuando llegaron a las afueras de Shiganshina el sol todavía no había llegado a su punto más alto.

—Quiero pasar a revisar mi alacena —avisó ella cuando era tiempo de tomar la desviación.

—¿Tu alacena? —repitió Jean.

—Sí, necesito asegurarme de tener víveres para el invierno, no pienso quedarme en donde nos estamos hospedando si puedo evitarlo... ¿te parece una mala excusa?

Jean alzó la ceja y contestó vacilante:

—Pues no...

—Perfecto, ¡vamos!

La paz en Eldia (Fanfic de Attack On Titan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora