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—¿Jean?

—Chitón, ayúdame a ponerme de pie —dijo él con aspereza.

Mikasa se sintió avergonzada. Se recordó que al hablar ponía en riesgo su identidad y la seguridad de sus amigos.

Se puso de pie y se acercó a él, agachándose para que le pudiera pasar un brazo sobre los hombros. Estaba pesado, muy pesado. La mujer requirió de algo de esfuerzo para levantarse con Jean apoyado en ella, y eso que él no se estaba dejando caer por completo. Caminar resultó más fácil con él poniendo de su parte. Sintió la sangre en su propia piel y se preguntó si había sido buena idea tomarlo del lado de la herida, pero ese había sido el brazo que le extendió él.

Para cuando salieron del edificio Mikasa estaba sudando: por el esfuerzo y también ese sudor frío y apestoso que aparece con los nervios. Se sentía temblar y a cada paso Jean soltaba un gemidito que la hacía tensarse y pensar más antes de cada paso.

Caminaron cerca de una manzana, cuidando no ser vistos por la policía y escabulléndose entre pequeñas multitudes de gente.

—No te pongas tan nerviosa, por lo pronto estoy bien —le pidió Jean a través de la mandíbula tensa y la voz rasposa. Definitivamente se había escuchado mejor en otras ocasiones—. Camina con cuidado, ya casi llegamos.

El lugar acordado para su transporte estaba a una cuadra más, pero Mikasa estaba preocupada por la pérdida de sangre y este sitio se veía más seguro que otros. Hizo que Jean se recargara contra una pared para cortar un pedazo de su capa: una tira suficientemente larga como para rodear un par de veces al hombre. Anudó la venda hechiza con todas sus fuerzas e hizo el ademán de enderezarse, pero Jean la interrumpió:

—Puedes apretarla un poco más, solo ayúdame con la herida cuando lleguemos a...

—No, así estás bien, vámonos.

Lo tomó del brazo y colocándoselo sobre los hombros lo jaló, de todas formas no quedaba mucho para llegar a su destino.

Llegaron y a Mikasa le hubiera gustado decir que antes de lo esperado, pero no fue así. Ambos jóvenes estaban jadeando y temblando por el esfuerzo: uno por la herida que todavía sangraba de su lado izquierdo, la otra por los noventa kilos que ayudaba a soportar. Lo que no tardó en llegar fue un muchacho de unos dieciséis años que se les acercó cautamente.

—Buenas tardes caballeros, ¿de casualidad se dirigen a una posada? —preguntó el chico con voz baja.

—A la de al lado del río —respondió Mikasa, completando la clave.

El muchacho vaciló al escuchar la voz de mujer, pero se sacudió la sorpresa y los guió a un carro al que Mikasa empujó a Jean para después subir ella.

—¿Cómo estás? —Sintió que la pregunta era tonta, obviamente se le veía mal, pero no sabía qué más decirle.

—Siento que me quema, pero es muy superficial, por lo que sentí hace rato con las manos, y no creo tener ninguna costilla rota. —A pesar del abundante sudor que le perlaba el rostro bajo la capucha, que estaba recargado contra su ventana y que la voz delataba con un temblor el dolor que estaba sintiendo, Mikasa creyó ver una de sus sonrisas ladinas. Ojalá pudiera ver una en todo su esplendor cuando el dolor cediera—. Hará falta esperar y ver, pero creo que batallé para mover las piernas por el shock, con suerte solo fue un roce.

—¿Hay algún problema? —preguntó el joven que los recibió con preocupación.

—Ninguno, solo que este tonto se emborrachó y se metió en una pelea y ahora la resaca lo está molestando al mismo tiempo que los moretones —se apresuró Mikasa a mentir.

La paz en Eldia (Fanfic de Attack On Titan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora