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El claro de la casa en la montaña estaba como cabía esperar después de catorce años de abandono: el jardín descuidado y lleno de maleza, de la chimenea se habían caído ladrillos y el techo y la fachada se veían más que desaliñados. Solo el tiempo y sus estaciones habían erosionado el primer hogar de Mikasa, pues no se veía evidencia de que algún titán hubiera llegado hasta ahí. No había nadie vivo que atrajera a los monstruos.

Caminaron juntos, Jean tomando la mano tensa y helada de Mikasa, por el perímetro del modesto edificio. Fue en la parte de atrás de la casa el sitio en el que encontraron un par de piedras grandes y redondas, inusualmente cercanas una de la otra y cada una con dos piedras más pequeñas apiladas encima: la señal para indicar el sendero correcto. Se acercaron, Mikasa con paso lento pero constante. Las piedras estaban llenas de un musgo marrón, casi completamente seco, a la espera de unas gotas de lluvia que lo trajeran de vuelta a la vida.

Mikasa tuvo el presentimiento de que este era el lugar. Con una mirada dirigida a Jean se dio cuenta de que él también lo creía, pues miraba con una mezcla de respeto y anticipación. Se detuvieron a alrededor de dos metros de las rocas, en donde Mikasa dejó ir la mano de su acompañante con suavidad y se acercó por su cuenta. Miró hacia abajo unos segundos y luego se dejó caer sobre la tierra. Húmeda por una lluvia reciente, absorbió el impacto y le manchó el pantalón de montar con lodo.

Acarició las rocas suavemente primero, para después frotar las manos con fuerza y mancharlas con el musgo. Luego hundió las manos entre la hierba, enterrándolas en la tierra lodosa y superficial. El olor de la tierra y las hierbas machacadas y la sensación de la tierra bajo las uñas la ataban al mundo real. Al mundo en el que había vivido la mayoría de su vida, cruel y hermoso, sin sus padres, sin tantos de sus amigos, sin la vida feliz con la que había soñado. Un mundo en el que estaba por primera vez cerca de su familia después de tanto, tanto tiempo, en el que sus padres no se levantarían ni la abrazarían como cuando era una niña, en donde nunca sería estrechada por su padre ni acariciada por su madre. Un mundo en donde esas manos que tanto había añorado estaban enterradas, debajo de la tierra sobre la que estaba sentada.

—Necesito buscar algo de leña para encender la chimenea... Ver si todavía hay forma de dormir en la casa o si tendremos que acampar —le dijo Jean con una voz suave y dulce, como si temiera perturbarla con sus palabras. Quizás estaba en lo correcto—. ¿Estás bien aquí o quieres acompañarme?

Mikasa apenas levantó la cara, sintiendo el revoltijo de lágrimas y mocos al moverse. Levantó la mano y se tocó una mejilla antes de recordar que tenía los dedos sucios.

—Creo que necesitas quedarte, pero es tu decisión. Acompáñame cuando estés lista.

Rodeó el sitio para colocarse frente a ella y las rocas y le besó la frente. Luego se marchó.

Jean se dirigió a un costado de la casa, al cobertizo y encontró restos de viejas herramientas, muchas de ellas húmedas y podridas, además de pieles puestas a secar años atrás para no ser recuperadas nunca. Una vida pausada de repente.

Parecía ser su día de suerte, porque cuando encontró el hacha, ésta era de las pocas cosas que estaba completamente seca y conservada. Ya iría reponiendo estas cosas en el futuro, si Mikasa no cambiaba de opinión sobre vivir ahí, juntos.

Se adentró entre los árboles para buscar un árbol muerto y seco. Cuando encontró un árbol mediano lo taló y lo llevó de vuelta al claro en tres partes.

Mientra tanto, Mikasa sentía que regaba el salvaje jardín que había crecido sobre las tumbas solo con sus lágrimas, pues no podía conseguir que parasen. De pronto, entre las emociones que no había enfrentado desde la infancia, sintió cómo la desesperación aumentaba al concentrarse más en las tumbas marcadas y anónimas al mismo tiempo: no sabía cuál de las piedras marcaba el lugar de descanso de su madre, y cuál el de su padre.

La paz en Eldia (Fanfic de Attack On Titan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora