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Hiromu Kamiya se levantó temprano a prepararse para el viaje al sur. Se suponía que llegarían a Shiganshina ese día como a mediodía y que la presentación se haría por la tarde. El recorrido estaba por terminar.

El joven se deslizó fuera de la cama, arrastrando consigo las mantas y luego las dobló una por una para dejarlas sobre el colchón. Sabía que no era necesario, pero había hecho eso todos los días desde hacía cinco años, cuando entró al ejército. Luego, como parte de esa misma rutina, dedicó algunos minutos a estirarse y asegurarse de que estaba despierto y alerta.

Estaba de buen humor. Si todo salía bien no le quedaban más que pocos días en esta isla. Y pocos días de soltero. Un escalofrío lo recorrió, pero como de costumbre fingió que no era nada y se dirigió al cuarto de baño para asearse con un poco de agua corriente.

Caminó rápidamente como solía hacer, y todavía más rápido que de costumbre al pasar frente al cuarto del embajador Arlert. No le caía mal Armin (todo lo contrario, se había esforzado como nadie para incluirlo en el grupo), pero sabía lo que iba a decirle. Era el último día de la gira y se encontrarían con lady Kiyomi en el último destino. Se les acababa el tiempo para hablar con Mikasa.

No se podía negar que la Azumabito había sido considerada al dejar que Armin decidiera el momento de presentarle a Mikasa la idea del matrimonio con el más joven de los Kamiya.

Hiromu salió del baño con el cabello mojado y se apresuró de regreso a su habitación para controlar el rebelde cabello lacio mientras estaba húmedo todavía. Vio a Mikasa haciendo dominadas en la rama del árbol central cuando iba de regreso y se revolvió, incómodo.

Todos los días se molestaba consigo mismo, pues siempre deseaba despertar y que Mikasa le pareciera cuando menos un poco atractiva, pero jamás sucedía. No era fea, ni grosera, ni desagradable, pero tampoco era una persona interesante para Hiromu. Era demasiado taciturna y estoica, y aunque esas eran quejas que sus propias hermanas le habían hecho con anterioridad no significaba que le gustaran esos atributos.

También estaba el hecho de que por mucho que a Hiromu le fuera indiferente la mujer, a ella parecía serle él indiferente unas tres veces más. No era que tuviera una relación muy cálida con Armin, Jean, Connie o Pieck, pero con ellos se notaba que disfrutaba de su compañía. Incluso con Annie y Reiner se le podía ver cómoda, pero con Hiromu era completamente como si él no estuviera ahí.

Y bueno, no completamente. Le había ofrecido algunas galletas ayer, de las que trajo de su día de campo con Jean. Debería molestarle, tal vez, que su prometida saliera así con un hombre, pero lo único que le molestaba era la facilidad que tenían ellos dos para relacionarse. Esa facilidad le hacía falta a Hiromu para cumplir con su deber y no la encontraba por ningún lado.

Ayer Pieck lo entretuvo con actividades después del:

—Te olvidaste del hizuruano, ¿verdad? —De Annie Leonhart y luego un:

—¡Hiromuuu!, Connie y Reiner me van a ayudar con unos libros, ¿tienes tiempo de apoyarnos? —Por parte de Pieck.

Solamente se encogió de hombros y las mujeres se lo llevaron a la habitación de Pieck, en donde la pelinegra parecía haber estado acumulando libros como si no hubiera un mañana. Fue divertido el acomodarlos en cajas, sobre todo en compañía de los chicos, pero cuando pensó en ella y se levantó para buscarla, Mikasa ya tenía bastante de haberse ido.

Decidió que esta vez no se iba a preocupar. Confiaría en que dos soldados capaces de derrotar a los titanes de Marley podían arreglárselas solos. De todas formas disfrutaba mucho más la compañía, los chistes y las palmadas en la espalda de Reiner que cuidar que Mikasa no se rompiera la cabeza subiéndose en árboles o tratando de pelear con alguien tan alto y fuerte como el rubio hombretón.

La paz en Eldia (Fanfic de Attack On Titan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora