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No iba a ser tan difícil.

Lo había hecho miles de veces, tenía desde los doce años usando estos equipos. El día anterior les habían indicado los asideros que podían usar para clavar sus arpones y Armin se encargó esa mañana de probarlos, no fueran a caerse. Parecía que no era la única preocupada con los eventos de hoy.

Mikasa se estaba calzando las botas y Jean y Connie le daban un último chequeo a sus arneses. Armin, Annie, Reiner y Pieck estaban ya listos para salir y mientras esperaban, Armin sostenía a la bebé de Jean, repitiéndole su nombre a ver si la cría se dignaba a decirlo.

—Vamos, Armin. Ar-min.

—Ni siquiera mi sobrino habla todavía, genio —le dijo Jean, acercándose cuando estuvo satisfecho con sus arneses.

—Entonces tiene tiempo para aprenderse mi nombre antes de empezar a decirlo, ¿verdad que sí? —depositó un par de besos en la frente de la niña—. Sí, vas a ser una niña muy inteligente. Todos los libros que pidas los vas a tener.

—No, no todos —se quejó Jean y Armin solo rió.

Era raro ver a Armin tan meloso, pero Mikasa se alegraba de verlo contento, por lo menos estaba enfocando los nervios en una forma constructiva. Tal vez incluso el joven ni siquiera estaba nervioso, después de todo, su trabajo los últimos tres años había consistido en dar discursos. Eso era lo que mejor se le daba.

Escuchó bufar a Annie. Mikasa se irguió y Connie terminó de alistarse casi al mismo tiempo que ella. El hombre iba haciendo algo extraño con las manos al caminar hacia los demás: abría y cerraba los puños tres veces para después restregarse las palmas de las manos en la tela de sus pantalones. No era la única muerta de nervios, parecía. De hecho Pieck y Reiner estaban más callados de lo usual, y Annie parecía estar de mal humor (manteniéndose lejos de Armin y de hecho mirándole de reojo solo de vez en cuando).

De todos, los menos afectados parecían ser el comandante y Jean. El primero estaba jugando con la bebé y el segundo tamborileaba la correa que le pasaba por el pecho con sus dedos largos y delgados.

—Si están listos pueden salir, embajadores. Estamos preparados para escoltarles —dijo la líder de sus guardias asomándose por la puerta de la habitación que habían usado como vestidor.

Mikasa notó el respeto en su voz —contrastante con el antiguo trato de la mujer para con sus amigos—, recordándose una vez más por qué iba a abrir sus heridas frente a la ciudad entera, incluso ante más gente a través de la radio. Las palabras que iba a decir dentro de unos minutos tenían peso, el peso suficiente como para regresarles la humanidad a sus seres más queridos.

Salieron de la habitación que parecía fungir en ocasiones normales como un salón de reuniones y, acompañados por los guardias, se dirigieron al escenario preparado para la charla en la explanada de la plaza central de Kraepelin. No era muy diferente a la de Shiganshina. Había ya una multitud audible hasta donde estaban, aunque a parte de los bastantes soldados que los escoltaban y vigilaban cada pocos metros no había ni un alma en el corredor por el que tenían que pasar.

Mikasa debía salir desde la parte izquierda del escenario, lo mismo que Armin. Hacer eso tenía un tipo de explicación psicológica, y serían ellos dos porque del grupo Mikasa era la más amada por la gente y Armin el más odiado. Su amigo y Sybille habían explicado a detalle la lógica mientras Pieck y Jean asentían sin dejar de murmurar que tenía sentido, pero Mikasa se distrajo pensando en otras cosas. A diferencia de sus amigos, el cómo entrenar a las masas nunca había sido algo que le interesara demasiado.

Subieron por la escalinata, compuesta de delgados tubos de aluminio, sin hacer mucho ruido, mientras Historia estaba ya en la tarima. Mikasa le echó un vistazo y estaba de pie sobre la tarima con porte regio. Esperaba en silencio que los embajadores estuvieran en su sitio y que el público guardara silencio. Parecía ser mucha gente...

La paz en Eldia (Fanfic de Attack On Titan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora