Capítulo 1

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Un escándalo compuesto de gritos eufóricos pasó a suplantar los vítores de clamor y abucheos. El ambiente en general se iba elevando, atrayendo la atención de más y más personas que se unían a la multitud.
La Dama sin Sombra cayó de sentón sobre el suelo y soltó un jadeo. Las luces parecían aumentar la temperatura y el sudor amenazaba con meterse en sus ojos. La multitud comenzó a soltar risas.
"-De todo lo que escuches, no le des importancia si no te sirve." Recordó las palabras que le decía Marcus a menudo.
Ella no se rendiría tan fácil. Inmediatamente levantó la cabeza, vio que su oponente se aproximaba y se levantó con una punzada de dolor en el tobillo. Su contrincante, un hombre alto y robusto que se hacía llamar "El Monstruo Daltónico", y quien no paraba de lanzarle obscenidades sobre lo que iba a sufrir su cuerpo después de vencerla, salió disparado hacia ella con la espada levantada sobre la cabeza.
Va a dar el golpe final, pensó.
Pero ella era más rápida y ligera, y sabía que él se había aventurado a reaccionar de esa manera porque ya había logrado tirarla tres veces. Aunque no era pretexto para vencerla. Por la forma en que sostenía la espada, podría esquivar su golpe antes de que le atisbara un corte en el hombro. Y lo logró.
-Solo me gustan las muñecas como tú para jugar, acércate más y deja que te enseñe cómo podemos divertirnos de verdad -dijo el hombre con una voz rasposa mientras intentaba acorralarla con su larga espada.
Su ventaja, una que pocos veían y que posiblemente era la única, consistía en que, a pesar de tener por oponente a un mastodonte gordo que la rebasaba por al menos dos cabezas, la Dama sin Sombra sabía moverse rápido y escabullirse lejos de sus extremidades. O al menos lo intentó durante los primeros minutos, después solo comenzó una sucesión de caer y levantarse.
Esquivó la espada a la altura de su cabeza con los brazaletes de acero que le había fabricado su padre, eran de un tamaño adecuado para hacerlos pasar como simples accesorios, accesorios muy resistentes. Pero no fue suficiente, le hizo unos cortes en los brazos que le propinaron líneas rojas.
El siguiente golpe llegó tan rápido que apenas tuvo tiempo de quitarse del camino por el que se iba desplazando el arma. Le soltó un codazo en la cara al Monstruo Daltónico, lo que causó que vacilara por un segundo. Eso era lo que necesitaba, un segundo para ubicar su daga al otro extremo del tetrágono.
Corrió rápidamente hacia su arma y no perdió ni un momento en la oportunidad de volver a levantarla, aunque no fue suficiente para evitar otro corte en su brazo. Ignoró la sangre que salía de sus costados y se concentró en su contrincante. Aún en cuclillas, fue levantándose usando lo que le quedaban de fuerza en las piernas y quitándole importancia al dolor que comenzaba a arremolinarse en su tobillo. Pronto se libró de su agarre y estuvo totalmente en pie.
Los segundos corrían y las apuestas se disparataban, estaba ganando y perdiendo dinero, tenía que terminar la pelea ya. Comenzó lo que sería el final de su victoria con el estridente ruido de chocar metal contra metal.
Un poco más, retrocede otro paso, rogaba.
Él era fuerte, pero torpe con sus golpes. Si lograba zafarle la espada de la mano y le ponía su arma en la garganta, era suyo. El hombre retrocedió un paso y sus brazos flanquearon, estaba perdiendo su agarre.
La fuerza que estaba conteniendo para ese momento, finalmente la desató causando que la espada cayera junto a sus pies, justo a tiempo para que le clavara la punta de su daga bajo la barbilla, obligándolo a levantar la cara. Lo sostenía con fuerza, aunque no lo suficiente como para hacerle daño, solo para detenerlo.
La multitud exclamaba vehemente, unos festejaban y otros se mortificaban. Todos sabían que, al final de una pelea, cualquier posibilidad era viable. Aun así, lo que caracterizaba a La mansión Genurin eran las apuestas en los distintos tipos de juegos que se realizaban en mitad de la noche. Especialmente los fines de semana.
Rápidamente el árbitro se hizo presente y los separó, declarando a La Dama sin Sombra como ganadora. La chica bajó del cuadrilátero y se arremolinó la gente a su alrededor, solo distinguía antifaces de colores y formas diversas. A pesar de no saber en realidad quién estaba bajo esas máscaras, conocía a algunos que subían a pelear seguido y que ahora estaban esperando su turno. Otros cuantos se limitaban a apostar en contra o a favor de ella.
Varios de los presentes estaban expresando sus felicitaciones por la victoria o por hacerlos ganar más dinero. Las riñas fuera de lugar estaban estrictamente prohibidas por lo que aquellos que perdían, se dedicaban a echarle miradas recelosas, aunque una que otra parecía aterradora y, como en ocasiones anteriores, simplemente evitaba regresarles la mirada. Si no los veo, no existen, se recordaba.
De entre la multitud, vio que se aproximaba un chico alto y blanco, era robusto y sobresalía con ese cabello negro y abultado que las luces del salón hacían resplandecer, atrayendo así la mirada de varias chicas y chicos de los alrededores. Traía puesta su habitual máscara con ondas blancas y negras que no hacía mucho por ocultar el tono azul de sus ojos.
-¡Eh! Si no le van a dar las ganancias de sus apuestas, apártense de ella -dijo con una voz gruesa.
Podía sonar intimidante cuando se lo proponía.
-Salgamos de aquí- le respondió y le rodeó los hombros con el brazo para acercarla, acompañó esto con un movimiento de cabeza para dirigirse a lo que llamaban "Zona de amenazas", que en realidad eran los vestidores. A todo le ponen un nombre estúpido con tal de atraer gente, pensaba cada que leía los letreros.
Las personas a su alrededor no duraron mucho tiempo pues otra pelea estaba por comenzar y redirigieron su atención.
Una vez que salieron de la sección de peleas, y de que se aseguraran de que nadie podía oírlos, El Zorro Diabólico comenzó la conversación que siempre tenían al finalizar los enfrentamientos.
-Es de mi agrado informarte varias cosas que he descubierto en el tiempo que pasaste allá arriba -lo dijo a la vez que se sentaba en una banca junto a ella-. Primero, las apuestas comenzaron a alterarse mucho en los últimos minutos durante la pelea final y, como buen socio y amigo -se podía distinguir el orgullo en su voz-, logré sacar la mayor cantidad de dinero junto con las ganancias de las anteriores. Tenemos aproximadamente ochocientos plásticos para cada quien. Aunque como sabes, estuve ocupado y tenía que gastar un poco, entonces espero que comprendas el costo de las inversiones.
Ella lo miró con recelo.
-La segunda -siguió diciendo-, venciste al Monstruo Daltónico y ahora el bastardo es signo de debilidad, o al menos eso dicen. Has progresado, a esa cosa muy pocos lo derriban, aunque como ves, casi nadie puede callarlo. Y tercera y más importante supongo, ¿recuerdas la daga que desapareció al final de aquella pelea con El Dragón Argénteo? Pues...
Sacó del interior de su chamarra un arma de ella, una daga gemela a la que tenía en casa y que tuvo que reemplazar por las que ahora llevaba. Había valido la inversión.
-Te agradezco, aunque sabes que eso no alivia tu deuda. Sigo agregando dinero a la lista -dijo a la vez que tomaba el arma entre sus manos-. Entonces, dime cuánto quedó después de tus inversiones.
El chico suspiró antes de contestar.
-Me topé con ciertas personas de las que tenía que recabar información valiosa, sé que comprendes que no pierdo una oportunidad, y eso me costó al menos quinientos plásticos.
Lo miró rendida, sabía que cada que venían aquí él inmediatamente se iba a ocupar de hacer tratos con todo aquel que le trajera algún beneficio, además de influencias. Y, como todo negocio, necesitaba sacrificar cosas, en este caso el dinero de las peleas.
"-Te reembolsaré todo, siempre lo hago". Era la frase con lo que constantemente se justificaba, y cumplía su promesa tarde o temprano. Aunque en ocasiones ya muy tarde, cuando menos le urgía el dinero.
Ahora, mientras lo miraba arrodillado frente a ella descubriendo su pierna, solo quería pensar en algo con que distraerse para evitar el dolor de su tobillo hinchado y sangrante.
-¿De verdad algún día me pagarás todo lo que me debes?
-Claro que sí.
-¿Y ese día podría llegar pronto?
-De eso mismo quería hablarte, tengo algo que te interesará especialmente y con lo que espero pagarte todas las deudas de una vez por todas. Y tal vez un poco más.
Él no podía curar sus heridas, pero si podía aminorar el dolor. Abrió la mochila marrón que llevaba en los hombros y sacó un frasco pequeño con un ungüento verde que frotó suavemente sobre su tobillo para después ponerle una venda alrededor.
-¿Acaso me dejarás patearte el trasero en el cuadrilátero? -respondió al momento que se le formaba media sonrisa en los labios.
No lo decía enserio, pero a veces deseaba enfrentarse a él enfrente de todos en una pelea de verdad.
-Ya sabes que eso no va a pasar -contestó meneando la cabeza.
Recordó la ocasión en que había hecho tratos con las personas equivocadas lo que causó que le rompieran ambas muñecas y, a pesar de que logró recuperarse, jamás había vuelto a subirse a un cuadrilátero. Sus cuchillos eran su especialidad y, al no poder manejarlos de la forma experta que había aprendido, se alejó de ellos a pesar de que todavía podía manejar una espada y combatir cuerpo a cuerpo.
-Sería una excelente forma de pagarme por... ¡auch! -se quejó.
Le había apretado mucho la venda.
-Quédate quieta -le ordenó-. Si no supiera a lo que te enfrentaste, te estaría preguntando cómo te hicieron una herida así y sigues caminando. Espero que sepas explicárselo a <<ella>>.
-Tranquilo, <<ella>> sabe cómo hacer su trabajo sin tantas preguntas -le reprochó.
El Zorro Diabólico se incorporó y la ayudó a ponerse de pie.
-Bueno, ya tuvimos suficiente por hoy. Vamos.
-¿Nos vamos sin que antes me invites un trago?
Quería perderse en el alcohol un poco para evitar pensar en el dolor que comenzaba a recorrerle el cuerpo.
-Tengo una botella en la mochila. Siempre te da sed después de pelear -le guiñó un ojo al terminar de decirlo.
-Me conoces tan bien... -comenzaba a formarse una sonrisa en el rostro de ambos.
Sin más, se dirigieron a la salida del club y, al pasar entre la gente, sin que nadie lo notara, La Dama sin Sombra capturó dos vasos de una mesa y los guardó bajo su chaqueta.

Sangre y lágrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora