Cuatro: Olga lo sabe...

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Cierro la puerta del departamento con llave, dándole una última mirada a Mike, y junto a Michael caminamos hacia el ascensor, yo le indico por donde es. Tristemente, recordé tarde, que el chino de acá a la vuelta no abre los martes por no me acuerdo qué cosa, así que tendremos que ir a comprar directamente al Coto.


—Tienes que decirme que es lo que te gusta comer para agregarlo al carrito, ¿de acuerdo? —le dije, mientras caminábamos al garage que alquilaba para guardar mi Fiat Uno blanco—. ¿Aún eres vegetariano?

Michael venía unos pasos atrás, con la campera puesta, un poco grande. Y el barbijo también. Pasaba de inadvertido, aunque no mucho. De todas formas, ninguno se preocupó por eso porque estábamos a doce años de su muerte, nadie iba a decir "¡Miren, es Michael Jackson!", sin quedar como un chiflado ante los demás, o sea.

—Si, pero últimamente he comenzado a comer carnes otra vez. El médico que me estaba tratando dice que lo necesito.

Me detuve en seco, volteando a verlo.

—¿No es Murray, o si?

Él me miró confundido, frunciendo el ceño.

—¿Cómo es que lo...? Cierto, olvidalo —soltó una risita, negando con la cabeza—. Si, es él.

—Tenía que ser él —murmuré, molesta, quitándole el seguro a la puerta del conductor—. Sube, está abierta.

Le indiqué. Él llegó a la puerta copiloto que no tenía seguro y la abrió, entrando al coche. Después yo. Se puso el cinturón y yo también, mientras encendía la radio y luego el motor del auto.

Billie Jean comenzó a sonar, iba por la mitad. Había quedado en pausa desde la última vez que había usado el auto, el viernes al regresar del trabajo. Tenía puesto el CD de Thriller en el radio. Michael miraba hacia la ventana, golpeteando sus dedos contra su pierna, marcando el ritmo. No supe si sonreía o estaba serio, el barbijo no me dejaba verlo. Aunque sus ojos parecían tener un brillo especial. Como los míos cuando lo había visto firmarme mi póster favorito de él. Ah... No lo supero.

—¿Te molesta si la dejo? —le pregunté. Me miró.

—Descuida, no me molesta —me dijo, y estoy segura que sonreía—. A veces también la escucho cuando estoy sólo en mi despacho. ¿Es tu favorita?

Negué, sonriendo por debajo del barbijo.

—No, la verdad es que no sé si tenga una canción favorita tuya. Es decir, todas son geniales, algunas más especiales que otras, no puedo elegir una sola —expliqué, con el corazón acelerado y los ojos brillandome—. Pero, sin duda, me fascinan Stranger In Moscow, Dangerous y I'm So Blue.

—¿I'm So Blue? —Frunció el ceño, desorientado—. ¿Cómo es que...?

—La publicaron en 2012 para el aniversario de los veinticinco años de Bad. Es una historia larga —dije, restandole importancia. Ahora quería escuchar esa canción. Cambié el CD por un pendrive en donde tenía solamente canciones de Michael, y busqué la pista que quería, cuando comenzó a sonar, puse la marcha atrás y me concentré en ver por los espejos mientras avanzaba en reversa.

Cuando agregué al tráfico de la autopista, le subí el volumen a la canción, justo cuando el primer estribillo comenzaba a sonar.

—Debiste haberla agregado al álbum —le dije, con suma normalidad.

—¿Tu crees?

—Por supuerto. Hay muchas de tus canciones inéditas que son fantásticas. Incluso, muchos fans las prefieren antes que las más reconocidas —comenté. Eso pareció sorprenderle.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora