Treinta y uno: Quiero Quedarme

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—¿Qué...?

—Shh.

Hice silencio junto con Michael. Por un segundo no se escuchó nada más que un tonto silencio que me desesperó.

Pero entonces, lo escuché.

Fue un pequeño y apenas audible maullido que se escuchó, lejano, como si no viniera de otra parte que de mi imaginación. Pero al mirar a Michael, me di cuenta que él también lo había escuchado, y me cuestionaba con la mirada lo mismo que yo a él.
Nos miramos por segundos, pero pareció una eternidad. Yo tenía los ojos abiertos de par en par y la boca entreabierta, él estaba igual. Si, nos habíamos sorprendido de escuchar un maullido, pero aún dudabamos de si...

Miau.

Esta vez se escuchó más claro, mas fuerte, más real y más cercano. Entonces supe que no lo estábamos imaginando. Se trataba de un gato, y aunque el maullido se oía diferente a los suyos, solo pude pensar en Mike, antes de salir corriendo a buscarlo.

—Sam, espera...

—¡Es él, Michael! —chillé, más que contenta—. ¡Es Mike, está aquí! ¡Ayúdame a buscarlo!

Seguía oyendo los maullidos, pero no ubicaba de que parte de la casa venían. Aunque estaba segura de que se trataba de mi mishi, podía sentirlo en el pecho.
Lo busqué como loca con una sonrisa enorme, de oreja a oreja, mientras revolvía toda la casa. Y el pobrecito de Michael, como siempre, ayudándome. Siempre lo terminaba arrastrando a mis locuras. Pero esta vez era por una buena causa.

El corazón me latía desenfrenado. Sentía a mi hijito conmigo. Cerca de nosotros. Sabia que se trataba de él, y no exageraba. Tenía un presentimiento.

—¡Creo que lo encontré! —Oí gritar a Michael—. Oh, por Dios... ¡Sam!

Estaba de rodillas en el suelo, buscando debajo de los sillones, pero solo encontré polvo de hacía un buen tiempo. Me levanté de un salto y corrí a la lavandería, donde estaba Michael.

—¿Qué pasó? ¿Lo encontraste? —pregunté, desesperada. Él no me respondió, solo se hizo a un lado de la puerta y me dejó ver.

La lavandería era un pequeño cuartito del departamento, no tenia más que un lavarropas, un tender, un cesto lleno de ropa sucia, tanta que desbordaba y algunas prendas ya estaban tiradas en el suelo. Era sobre esa montaña de ropa sucia que, casi invisible a los ojos nuestros, estaba echado Mike.

Sin embargo, no estaba solo.

Él se veía bien, un poco cansado, tal vez. Estaba recostado de lado, protegiendo a los tres cachorros recién nacidos a los que estaba amamantando.
Mi expresión no fue otra que abrir la boca, atónita. Despues la cubrí con mis manos y ahogué un alarido.
No podía creerlo, no podía ni pestañear.

Mike no se había ido. No había desaparecido ni había huido.
Simplemente había dado a luz a tres cachorros en la lavandería de mi casa.

Porque, Mike no era un gato.

Y yo recién me estaba enterando.

—No.Puedo.Creerlo.

—Creí que habías dicho que era un gato —se burló Michael. Al parecer la situación lo divertía.

—Juro que le había visto sus -

—Pues creo que necesitas usar anteojos.

Lo miré de mala forma, aún consternada por lo que estaba viendo. Miré otra vez a mi Mike, que ya no era Mike y el mishi me vio. Tenía los ojitos lagrimosos y la expresión cansada, y sus hijitos se veían tan pequeños y frágiles. Ella comenzó a lamerlos.
Y mis ojos se empañaron, mientras mi pecho se oprimía. Sonreí, justo cuando las lágrimas comenzaron a caer.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora