Recuerda que a veces, los finales, también son el comienzo de algo más.
El abismo.
Eso fue lo que encontramos del otro lado del portal una vez que aquella luz blanquecina nos absorbió. Fue un segundo de desesperación, pero se sintió como la eternidad misma. Todo estaba oscuro, no podía ver nada, no escuchaba nada. Solo sabía que estábamos cayendo, en ese abismo sin fondo, precipitándonos a un destino incierto. Y durante la caída, muchas cosas pasaron por mi mente. La desesperación me llevó a imaginar lo peor. Miles de escenarios en el que nada bueno pasaba, solo cosas terribles. Era el hecho de estar cayendo en la nada lo que me asustaba, lo que me llevaba a cuestionarme todo. Desde mi corta existencia hasta el momento antes de cruzar el portal. Pienso en las cosas que pude haber hecho diferente para que esto no sucediera, para que no hubiéramos terminado de esta manera. Comienzo a torturarme pensando en que, si hubiera cambiado algo, no estaríamos aquí, en esta situación.
Pero no depende de mí, ya no puede haber algo que yo haga para revertirlo. Estamos aquí, cayendo, los dos. Pero al menos estamos juntos. Y aunque no puedo ver el fondo de este abismo, sé que pronto la caída se acabará, porque cada vez falta menos para el impacto. Lo sé, no sé cómo, pero lo sé.
Entonces cierro los ojos y me entrego a lo que nos depare el golpe. Si hay que morir, ya nada se puede hacer para impedirlo. No tengo ni idea de que nos espera, que sigue después de esto, solo sé que tenemos que caer, esperar a recibir el golpe, para descubrirlo.
No puedo hacer nada más que caer. No tengo el control de mi cuerpo y mucho menos de mi mente. Algo me tira hacia abajo con mucha fuerza y siento el vértigo en todo mi cuerpo. Aprieto con más fuerza mis ojos cerrados, hasta hacerme doler. La desesperación acelera mi corazón, pero persisto en calmarme, porque no importa lo mucho que grite o llore desconsoladamente. El final está ahí, esperándome, el impacto.
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