Treinta y Cuatro: No te lo Perdonaré

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Ú L T I M O S   C A P Í T U L O S

Lo vi entrar por la puerta, mientras yo me despertaba. Veía todo borroso, confuso, pero pude reconocerlo, no podía equivocarme. El aire olía diferente, dulce, y yo me sentí a salvo. Sabía que se trataba de él... Michael.

Se acercó, mientras yo forzaba mi vista para verlo mejor. Sonreía. Se arrodilló en el suelo, donde yo estaba tirada, y me tomó de los brazos.

—¿Cómo... cómo pudiste...? —sollocé, la garganta me ardió al querer hablar.

—Tranquila, ya estoy aquí —intentó abrazarme.

—¡No! —Le impedí que me tocara, golpeándolo—. ¡¿Cómo te atreviste a dejarme?! ¡¿Por qué lo hiciste?!

Lo empujé, y ya no pude reprimir las ganas de llorar.

—Sam...

—¡Me dejaste!

Detuvo todos mis golpes, que no le hacían ni cosquillas, yo estaba tan débil. Sujetó mis manos con firmeza, sin lastimarme, para que dejara de golpearlo. Después me abrazó, y esta vez no pude aguantarlo más. Me aferré a su cuerpo con fuerza, llorando.

—¡No vuelvas a dejarme otra vez! —sollocé, con mi rostro escondido en su pecho—. Nunca, ¿me oíste?

Lo sentí dejar un beso suave en mi cabeza.

—Shh... tranquila —Volvió a besarme, esta vez en la frente—. Ya estoy aquí... no me iré, lo prometo.

—N-no te vayas...

Algo rozó mi brazo, me dio cosquillas y me removí, cambiando de posición, entonces todo mi cuerpo se quejó de dolor. No entendía lo que sucedía, porque estaba adolorida. Solté un quejido y abrí los ojos. Ahora estaba realmente despierta.

La habitación estaba completamente a oscuras. Una tenue luz que se colaba por la ventana iluminaba apenas. Pude ver a Katherine, la gata, enfrente de mí, me miraba. Lamió mi cara y luego soltó un maullido.

Entonces me di cuenta de que estaba tirada en el piso.

Fruncí el ceño, no recordaba porque estaba en el piso. ¿Había dormido toda la noche ahí? Por lo adolorido y contracturado que se sentía todo mi cuerpo, eso era seguro. Me levanté como pude, quejándome del dolor insoportable en mi cabeza y en el cuello.

Miré a mi alrededor. La habitación vacía y ordenada, la cama sin deshacer, el silencio en todo el departamento.

Todo seguía igual a la noche anterior.

Michael no estaba.

Me había pasado la noche en vela, llorando y deseando que volviera. Y me quedé esperando, hasta caer dormida al suelo.

Mientras me acercaba a la ventana de la habitación me invadió una angustia, una tristeza amarga. Se me formó un nudo en la garganta que dolía, y las ganas de llorar volvían a aparecer. Todo era un sueño, él se había ido de verdad. Y ya no se podía hacer nada.

Corrí las cortinas, afuera la ciudad ya estaba despierta y alborotada. El sol pegaba con fuerza, tal vez ya eran casi las doce del día. No tenía mi teléfono a mano para ver la hora. Recordé que lo había dejado en el living anoche y fui por él.

El departamento era un silencio total, casi fúnebre. Lo vacío que se sentía era doloroso, sin él se veía tan diferente... A medida que caminaba por el pasillo hacia el living, la soledad me consumía. Observaba la cocina vacía y me golpeaba la dura realidad de saber que todo había terminado.

Que la magia se había acabado como un dulce sueño del cual no quieres despertar...

Encontré mi teléfono, revisé la hora... 11 a.m. Tenía algunos mensajes de las chicas y de mi mamá, pero no pude fijarme en ellos, me llamó la atención la pantalla de bloqueo de mi celular. Yo había colocado una foto mía y de Michael, juntos en un mini bar de Palermo, en uno de nuestros paseos. Pero ahora me daba cuenta de que la foto no estaba, había desaparecido. En su lugar solo había una foto de un paisaje, de esos que traen todos los teléfonos nuevos.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora