Treinta y Seis: Nuevo Inicio

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Quisiera decirles que por fin mis lágrimas se secaron, que por fin mi corazón dejó de llorar y que sonreí otra vez en mucho tiempo cuando lo vi allí, de regreso.

Pero no fue así.

Porque no era Michael. Su habitación seguía igual de vacía y silenciosa como el día en que se fue.

El ruido venía de la puerta, alguien tocaba con insistencia.

El pecho se me oprimió cuando retrocedí, saliendo del cuarto y cerrando la puerta. Las lágrimas picaban en mis ojos y era inútil reprimirlas.

—¡Sam! ¿Estas en casa? —Escuché la voz de Olga desde la puerta, volviendo a golpear.

Iba a regresar a la cama y fingir que no había nadie en casa hasta que se fuera, pero no era capaz de hacerle eso a Olga, luego estaría preocupada, llamándome con insistencia y no quería eso. No estaba para lidiar con nadie, pero Olga había sido siempre la única que me comprendía de una manera especial, casi maternal. Ella era tan sabia, tan sincera, tal vez seria bueno abrirme con ella. Contarle todo, tal vez era eso lo que necesitaba para seguir adelante, soltarlo...

Me acerqué a la puerta, despacio, mientras seguía tocando. Katherine venía conmigo. Me limpié las lágrimas y traté de sonreír antes de abrirle, pero fue inútil. Mi aspecto era deplorable.

—Hola.

Su sonrisa se borró de golpe, dirigiéndome una mirada llena de preocupación.

—Sam... ¿qué pasó? —Me miró, asustada. Yo tenía puesto el pijama aún, estaba descalza y con el pelo todo despeinado. Mi rostro delataba mi agonía, por los labios resecos, las ojeras y los ojos hinchados e irritados.

No quise angustiarla más, pero cuando la vi, me sentí menos sola y me quebré, rompiendo a llorar de una manera que desgarraba el alma. Solté la puerta y me eché en sus brazos, llorando, cansada.

—Ay, Olga... —me callé, volviendo a sollozar. Ella me estrujó con fuerza y no dijo nada, me dejó llorar en su hombro, haciéndome sentir acompañada.

—Tranquila... ven, vamos a adentro.

Esnifé, limpiando las lágrimas que seguían cayendo en silencio y bebí de mi taza de té que Olga había preparado. Ella me miraba, sentada en frente de mi, con una mirada que no juzgaba, sino una de preocupación. Pero no decía nada, me daba mi espacio.

Estábamos sentadas en el comedor, en silencio, bebiendo un té mientras mi mirada se perdía en la ventana abierta. Nos habíamos quedado así por un buen rato, después de que yo le contara todo lo sucedido.

¿Si me sentía mejor? No lo sé... me sentía vacía, como si esta agonía se hubiera apagado, pero todavía no volvía a sentirme bien como antes. Fue confuso y doloroso. Al menos ya lo había hablado con alguien, eso era un inicio.

Mi mirada cayó al piso, sentí como las lágrimas calientes caían por mi cara. Ya no me molesté en secarlas.

—No he vuelto a escuchar su música desde que se fue... —solté, casi como un susurro, pero ella me escuchó. La miré—. A veces necesito hacerlo, pero, me aterra saber que si escucho sus canciones, volveré a caer en una dolorosa agonía donde no hago otra cosa que  extrañarlo...

—Tienes que ser fuerte, Sam. Estos sentimientos son muy destructivos.

—Lo sé —jugaba vagamente con la taza—. ¿Que otra cosa puedo hacer? Si no soy fuerte, perderé la calma.

—¿Porqué no me contaste de esto antes?

Evitaba mirarla.

—Era año nuevo, no quería preocupar a nadie.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora