Seis: A trabajar

744 63 53
                                    

Esta vez no soñé nada, estoy segura, o no lo recuerdo. De lejos escuché sonar "Don't Stop 'Til You Get Enough", y supe que era mi alarma, despertándome rápidamente.

Me desperté de buenas, con Mike al lado mío, hecho una bolita, ronroneando. Pero no tenía ganas de levantarme. Solo quería dormir hasta las doce y no podía. Ese día no, tenía mucho que hacer. Y ya no podía faltar más al trabajo. O el Marcelo me iba a matar.

Así que me levanté como si me pesara el alma por eso, y abandoné la cama. Mike se estiró de patas, mientras daba un bostezo. Se lamió sus partes y bajó de la cama, siguiéndome.
Yo me acerqué al ropero, buscando mi ropa de hoy. Estaba vistiendo el pijama, que no eran más que un short blanco de algodón y una remera cremita de mangas cortas con un agujero cerca del cuello.
Mike se frotaba contra mis piernas desnudas mientras yo revolvía mi ropa y soltaba un bostezo.

Entonces lo sentí.

Olor a comida.

Empecé a olfatear como un perro. Podría distinguir ese olor a kilómetros. Era tan único y exquisito. Alguien estaba cocinando waffles, era inconfundible el aroma. Que rico... la panza me gruñó en ese momento, muerta de hambre.

El olor era muy fuerte, como si viniera de mi cocina y no de la de alguien más. Un momento...

Una idea se me pasó por la cabeza en ese momento y salí disparada, descalza, hacia la cocina. Y tal como lo imaginé, ahí estaba Michael, ya vestido y aseado. Preparando waffles en mi cocina. Y, aun así, me sorprendió igual. Es que, Dios mío, no todos los días te levantas y encuentras a Michael Jackson en tu cocina preparando Waffles.

Si sigo de pie y respirando es porque... bueno, ni yo sé por qué. Pero el corazón lo tengo que ya me da un infarto.

—Buenos días —me dice, apenas me ve, sonriendo. Buscando que me desmaye, estoy segura.

Yo hago lo mejor que puedo para mantenerme cuerda y normal, tragando saliva con dificultad e intentando regular mi respiración.

—Buenos días —digo, casi en un suspiro, y él suelta una risita, notándolo. Quiero golpearme por eso.

—¿Dormiste bien?

Si no fuera tan inocente, diría que está tratando de coquetearme con ese tonito y la sonrisita.

—¿Alguna vez dormiste con un gato? —le digo, cruzándome de brazos—. No es nada cómodo.

Se ríe y se gira hacia la cocina, atendiendo los waffles. Yo me le quedo viendo, sin disimulo. Vestido todo de negro (la ropa con la que llegó), con la camisa medio abierta, el cabello rizado y suelto cayéndole alrededor de la cara, un poco húmedo, la espátula en su mano y el repasador colgado en su hombro, es una vista muy sexy.

Okey, suficiente. ¿Hoy me levanté muy activa o qué? A veces no es tan bueno dejar volar mucho la imaginación, menos con esta vista...

—Ejem, ejem —me aclaro la garganta adrede, dispersando esos pensamientos—. No sabía que sabías hacer waffles.

—Sólo los niños lo saben —dice, sonriente—. Se los preparo todas las mañanas.

—De seguro deben pensar que eres el mejor cocinero del mundo —le dije, recordando lo que Paris había dicho de él cuando era niña.

Él sonrió más, los ojos le brillaron.

—Es lo que siempre me dice Paris.

Sonreí.

—Bueno, supongo que ahora me tocará a mi saber si eso es cierto —dije, bromeando—. ¿Necesitas ayuda en algo?

—No, descuida. Todo en orden —Me sonrió—. Ah, sí, ¿tienes miel?

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora