FINAL (Parte 2)

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Final 2/3

(Reproducir canción en multimedia: Lucky One - Lana Del Rey)


Mi corazón se volvió loco, latiendo desenfrenado y la sangre subió con prisa a mis cachetes, tiñéndolos de rojo. Quise evitar que me viera así. Me aclaré la garganta y fingí seriedad.

—¿Tienes hambre? ¿Quieres algo? —Evadí el tema, y su sonrisa se borró—. Estaba preparando un poco de té.

—No... no es necesario, no quiero molestarte.

—No me molesta.

—Está bien... Un poco de té estaría genial. Gracias... —Aceptó, con timidez.

—No me tardo.

Fui a la cocina, sintiendo su mirada sobre mí. Sola, en la cocina, con todas esas emociones a flor de piel, se me hizo difícil concentrarme en preparar el té. Puse a calentar el mío que estaba tibio y preparé uno nuevo para Michael. Noah se había despertado y ahora estaba conmigo en la cocina, frotándose contra mis piernas. Sonreí.


—Siempre me ha gustado observarte mientras juegas con los mishis.

Escuchar su voz suave es como un choque de electricidad a mi pobre corazón. Me estremezco entera mientras siento mis latidos acelerarse y la piel erizándose. Esto solo lo produce él.

Volteo a verlo, ahora está sentado sobre un taburete de la barra, envuelto por completo en la frazada, como un niño pequeño. Sonrío internamente, sintiendo las mariposas que se agitan en mi vientre al ver su mágica sonrisa. Todo en él es mágico. Esta madrugada, en su compañía, ya es mágica.

—Ya le falta poco —digo, buscando las tazas para servir el té.

—Está bien... —Siento su mirada.

—¿Cómo estaban tus hijos? —pregunto, volteando a verlo.

Sonríe, bajando la mirada.

—Ellos están bien, pero ahora creen que yo no lo estoy —Se ríe.

—¿Por qué?

—Porque apenas regresé corrí a buscarlos en sus habitaciones y les di un fuerte abrazo a cada uno, estuve abrazándolos por casi media hora. Y ellos no entendían nada, no sabían porque de repente yo estaba ahí, a media noche, diciéndoles que los amaba con mi vida entera, cuando nos acabábamos de ver hacía solo un par de horas —Sonreía—. Para ellos solo fueron unas horas, ni siquiera notaron mi ausencia porque estaban dormidos. Pero para mí fueron meses... los extrañé mucho.

—Sé que si...

—Creo que... ahora comprendo tu desesperación —dijo, y mi sonrisa se fue desdibujando. Me miraba—. Ahora entiendo lo que sentiste mientras no estaba.

Tragué saliva con dificultad, pero el nudo en mi garganta persistía, me hacía doler, estancaba las palabras, no me dejaba hablar. Preferí huir de su mirada, volteándome hacia la estufa. El té ya estaba. Lo serví en ambas tazas y luego me encargué de endulzarlo. Michael permaneció en silencio.

—Y... ¿qué le dijiste a los niños? —hablé, forzando la voz, para sonar normal. Llevé las tazas a la barra, me senté en frente de él. No lo miraba—. Cuando te preguntaron porque los despertabas a esa hora.

—Gracias —dijo, con una pequeña sonrisa, recibiendo su taza con té. Bebió un sorbo—. Pensé en contarles la verdad. Conociendo a mis hijos, ellos me habrían creído sin duda alguna —Sonrió—. Pero en cambio, preferí decirles que había tenido un sueño extraño. Eso fue suficiente para que los tres se sentaran en la cama de Paris y me escucharan, atentos.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora