Por el Tiempo

Tres: No Es Un Sueño

Capitulo dedicado con amor, a ti.

—Oh, buen día, señor Jackson —saludó la mujer, tenía un acento británico muy marcado que reconocí fácilmente. Llevaba el cabello recogido en un rodete bien tirante (lo que se veía muy doloroso), medias de nylon debajo del uniforme, tacones bajos y un collar de perlas—. Espero que la nueva empleada no lo haya estado molestando.

—¿Cómo dice? —preguntamos ambos a la vez.

Pero la amable mujer (nótese el sarcasmo) nos ignoró.

—Oh, por cierto. Acaba de llamar la señorita Taylor, señor. Dijo que estaría aquí a las cuatro si usted podía recibirla.

—¿Elizabeth? —Michael preguntó, esperanzado. Y cuando la mujer asintió, ambos nos miramos, con una sonrisa de plena felicidad.

—¿Le asigno una cita para esa hora, señor?

Reaccionamos al oír la voz de la mujer, quien nos miraba con el ceño fruncido. Michael la miró y asintió.

—Si, por favor. Dígale que la espero.

—Si, señor Jackson —Asintió, amable. Luego su mirada se endureció al dirigirse hacia mí—. ¿Por qué sigues aquí? ¡Ya deberías estar en la cocina!

No entendía porque me hablaba de esa forma ni tampoco porque me estaba hablando. Yo no la conocía, ¿no se suponía que ella tampoco a mí? ¿Quién era y porque me daba miedo cada vez que me miraba así?

Fruncí el ceño sin entender porque su mirada despectiva seguía sobre mí.

—¿Es a mí? —pregunté incrédula, incluso señalándome.

—¡Claro que es a ti, niña! ¿Qué estás esperando? Hay que servirle el almuerzo al señor Jackson.

Un momento, ¿no había dicho antes algo de la nueva empleada?

Oh... ahora entendía lo que estaba pasando. Michael también.

—No, disculpe. Ella no es —intentó explicar Michael, pero lo interrumpí.

—No, claro que sí. La señora tiene razón —Sigilosamente, sin que la mujer lo notara, solté la mano de Michael y di un paso al frente—. Yo ya debería estar haciendo mi trabajo —dije, con un tono formal, y de reojo vi como Michael me miraba sin entender que estaba haciendo. Lo miré—. Gracias de nuevo, señor Jackson. Por... explicarme dónde quedaba la cocina.

—¿Eh? —Sus cejas casi que se tocaban de lo fruncido que tenía el ceño. Por supuesto, no estaba entendiendo nada. Pero supo comprender la mirada de un microsegundo que le di, fue suficiente para que me siguiera la corriente, aunque no muy convencido—. Si... claro, no hay de qué.

Volteé a ver a la mujer, que me miraba con molestia e impaciencia. Me pregunté si ella era así con todos o tenía un especial problema conmigo.

—Bien. Cualquier cosa que necesite señor Jackson, llámenos. Le avisaré en cuanto el almuerzo esté listo.

—Si... gracias —Me miraba aún, sin disimulo alguno. La mujer, claramente lo notó. Notó nuestro juego de miradas, y se lo hice ver a Michael para que reaccionara. Se aclaró la garganta—. Um... y por favor que alguien me avise cuando Elizabeth llegue. Estaré... estaré en mi habitación —Pero no se movió. Aún estaba ahí, de pie frente a mí, intentando disimular sus miradas con las que quería decirme algo. Lo sé.

Si la mujer tuvo sospechas de algo, no lo demostró. Se mostró muy formal.

—Sí, señor Jackson —Contestó. Y por andar perdida en sus ojos castaños, no supe en que momento la mujer se había acercado a mi hasta que me tomó del brazo y con un pequeño tirón, me obligó a caminar con ella. O me arrastró con ella, prácticamente—. Vamos, no tengo todo el día. Aún hay mucho que explicarte y mucho por hacer. Esta casa no se limpiará sola.