Once: Silencioso Enemigo (Parte 1)

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¿Cuál es el propósito de todo esto? ¿Cuál es la causa?

¿Qué lo hizo posible?

¿Cómo sucedió? ¿Por qué?

La desesperación por saberlo todo aumenta mis dudas, mis miedos. No tengo las respuestas y eso me altera. Quiero saberlo todo de una vez, pero a la misma vez... me asusta, tengo miedo de que nada de esto sea como lo imaginé.

Me llevé la mano a la zona donde estaba mi mancha, que ni siquiera dolía cuando la tocaba. ¿Y si todo esto no era algo mágico como yo pensaba? ¿Y si se trataba de alguna oscura verdad?

¿Y si...?

Una cosa era segura, Antonio era la prueba de que algo serio ocurría, algo vinculado a los portales, a estas extrañas manchas y a la causa de los viajes. Me preocupaba imaginar que tan grave podía ser, y más me aterraba que Michael o yo pudiéramos estar en peligro.

Encima él estaba tan lejos ahora... Llevaba casi dos días fuera de la ciudad, pero al menos estaba tranquila porque sabía que él estaba bien. Lo había visto por la televisión en las noticias esta mañana, reuniéndose con un importante ministro, y anoche había llamado a Neverland para preguntar si todo estaba en orden. Aunque no podíamos hablar directamente hasta que volviera, eso era suficiente para dejarme tranquila. Aunque lo extrañaba cada día más.

Solté un suspiro de agobio, tenía que soportar. Debía resistir más.

Algo me decía que esto solo era el principio.

—Hey, Sam, ¿nos escuchas? —Sentí la mano de Mary sobre mi hombro y reaccioné. Volteando a verla, un poco asustada.

—¿Eh?

—Te estábamos hablando y no respondías.

—Te perdiste en tus pensamientos un buen rato —bromeó Greg, mientras picaba con mucha agilidad unas zanahorias.

De pronto me había olvidado que me encontraba en la cocina de Neverland, acompañada de todos ellos, mis compañeros de trabajo ahora.

No había mucho por hacer en la casa hasta la hora del almuerzo, por lo que nos habíamos reunido en la cocina a charlar, pasando solo el rato, hablando de esto y aquello mientras Greg y Charlie preparaban la comida, Mary sacaba temas de conversación, y yo, me cebaba unos mates.

Fingí una sonrisa tranquila ante la mirada inquisidora de Mary.

—Perdón, chicos. Me distraje.

—Lo notamos. ¿Qué cosa ocupa tanto tu cabecita? —Indagó Mary, con una voz picara. Haciéndome sonreír y negar, porque la conocía bien—. ¿Acaso estás pensando en tu enamorado?

—Mary, ¿qué no tienes una vida propia? —la regañó Charlie.

Solté una risita y me preparé otro mate.

—Claro que tengo, pero no una vida romántica —dijo, rodando los ojos—. De esas no quiero saber nada de aquí a cincuenta años, por lo menos.

—Vieja dramática —soltó Greg, a lo que Mary le mostró el dedo del medio.

—Dramática, puede ser. Vieja, no —Aclaró, y luego su mirada cayó en mí, específicamente en mi nuevo regalo—. Como sea... Y esa cosa, ¿qué es?

—Es un mare, ¿verdad? —se apresuró en contestar Charlie, que al parecer conocía bastante de cultura argentina por su bisabuela.

—Un mate —le corregí, amable.

—Claro, eso —dijo, y solté una risita—. Mi bisabuela era fanática de esa cosa. Es lindo.

—Gracias... —Miré el mate entre mis manos y la sonrisa en mi cara fue inevitable. Mi mente otra vez volvía a la noche en que Michael había llegado con esa bolsa grande para mí, cuando me había regalado este juego de mate.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora