Seis: Ven Conmigo (Parte 2)

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Me volteé a ver, confundida. Y me llevé la sorpresa más linda al verlo de nuevo, solos los dos allí, escondidos en la lavandería. Se me dibujó una sonrisa y me incorporé.

—¿Qué haces aquí? —susurré, riendo.

—Nos había quedado algo pendiente, ¿recuerdas? —dijo, acercándose con esa sonrisa que me hacía temblar las piernas.

Avanzó en dos zancadas, y llegó a mí, me tomó de la cintura y me sentí desfallecer cuando me sujetó con sus grandes manos. Mi trasero rebotó contra el lavarropas, apretando alguno de los botones y solté una risita, sobre sus labios.

—Pero, ¿y si alguien te ve? —pregunté, estúpidamente, porque de todas formas no iba a soltarlo.

—Shhh... cállate, quiero besarte —dijo, robándome otra sonrisa antes de dejarlo besarme.

Fue suave, dulce, tierno y a la misma vez demandante. Fue perfecto. La manera en que me besaba se sentía como volar sobre las nubes, como sentirse en la cima del mundo. Sus besos me generaban una felicidad que no podía explicar. Me besaba y todo se sentía bien. El miedo desaparecía, las dudas, el mundo allá afuera, todo dejaba de importar. Solo éramos él y yo. Yo y sus brazos que me sostenían con cariño y firmeza. Yo y sus manos que me acariciaban la piel enardecida. Yo y este deseo de que me besara hasta la eternidad.

—Dios... esperé esto toda la mañana —dije, agitada. Mis manos subieron a su cuello, rodeándolo. Y cuando volvimos a besarnos, todo se intensificó. Me preguntaba si él me extrañaba a cada momento como yo a él, pero entonces sus besos fueron la respuesta. Seguía siendo tierno, todo un caballero, pero ahora podía sentir la desesperación en sus besos, que me contagiaba también a mí. Sintiendo ese calor interno, ese fuego por saciar.

Mis manos se aferraron a sus rizos mientras intensificábamos nuestras caricias. Sentí que me tomó con más fuerza de la cintura y entonces, no sé bien en que momento, me levantó y me sentó sobre el lavarropas. Sin dejar de besarme, se acomodó entre mis piernas, que se abrazaron a su cintura, gustosas. Teniéndolo así de cerca, así de íntimo, peligraba mi cordura.

Esto no era seguro, y tampoco parecía ser la mejor de las ideas, pero eso me estaba importando muy poco en ese momento. Cúlpenlo a él, que con su manera de besarme y acariciarme no me dejaba razonar con claridad.

Sus besos abandonaron mi boca para marcar un sendero desde mis labios, pasando por mi cuello y bajando hasta mi pecho. La sensación era la gloria. Sus besos eran cálidos y húmedos. Yo estaba tocando el cielo, pero necesitaba más...

—¡Samanta! —Escuché a lo lejos esa irritante voz llamándome y todo se murió. Michael se detuvo en seco, mirándome—. ¡Samanta!

—Tiene que ser una broma... —dije, entre dientes. Michael soltó una risita—. ¿Le pusiste llave a la puerta?

Entonces su diversión se esfumó de sopetón, palideciendo.

—Ups...

—¡Samanta!

Como un rayo, solté a Michael y me bajé del lavarropas, mientras buscábamos algún escondite para él en este pequeño cuarto. Pero no había mucho que pudiéramos hacer, solo estaban los lavarropas, el armario repleto de artículos de limpieza, las estanterías y del otro lado estaban extendidas las sabanas junto al montón de ropa sucia, para lavar.

—¡Samanta!

—¡Ahí, rápido! —Le indiqué, casi empujándolo.

Al siguiente instante sentí que la puerta se abría, casi no me dio tiempo a retocar mi aspecto. Intenté mostrarme lo más tranquila posible, mientras rogaba porque la señora Sylvia no notara nada raro, y con eso me refería a que no descubriera a Michael Jackson allí, escondido.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora