Treinta: Ella...

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En un momento me detuve, dejé de correr, dejé de buscar. Y me sentí perdida, me sentí muy asustada y rompí a llorar otra vez, con más desesperación y dolor.

Había buscado todo lo que pude. Grité su nombre y caminé por calles que no conocía, guiada con la esperanza de encontrarlo, solo y perdido, asustado. Pero no hubo señales de Mike por ningun lado.

Con la torrencial lluvia, la ciudad parecía abandonada. No había ni un alma en las calles, y me sorprendió tratándose de Buenos Aires, sobre todo en la capital. Siempre había trafico, hasta con tormenta eléctrica.

Pero esa tarde, solo era yo allá afuera. Vagando por las calles con el corazón herido y los ojos llorosos.

Aunque en el fondo, también lloraba por michael.
Había pasado más de una hora desde que salí a buscar al mishi. No traía conmigo el celular, y había perdido la noción del tiempo, pero ya era tarde. Él se había ido.

No pude continuar.

Regresé, destruida, a casa. Antes de llegar al edificio, me quedé en el parque de enfrente, sentada en uno de los bancos, llorando, con frio. Ya no llovía, pero la tarde seguía nublada y muy fresca.

Mis mejillas estaban rojas y congeladas por el frio, el llanto no cesaba.

Y no quería regresar a casa ahora, sabiendo que ya no había nadie. Ni michael, ni Mike.

El corazón me dolió, y sollocé.

Subí las piernas al banquito y oculté mi cara entre mis rodillas, llorando desgarradoramente. Ni siquiera me importó el frio que estaba haciendo, esto era mejor que volver a casa y lidiar con la soledad. No me sentía preparada para tener que ver el plato de comida de Mike y saber que ya nadie lo usaría. Tampoco me sentía lista para lidiar con el vacío que él, Michael, había dejado.

Entre el silencio del desolado lugar, sentí unos pasos a lo lejos, pero no le presté mucha atención.

Solo entonces cuando llegó y se sentó a mi lado, levanté la mirada.

—Olvidaste esto —dijo, extendiéndome su mano, en donde tenía mi barbijo negro con las siglas "MJ". Miré la prenda, sin decir nada y volví a mirar al frente. Lo escuché suspirar—. Siento... siento mucho lo que dije. No era mi intención.

No contesté. Tampoco volteé a verlo. Aunque de reojo alcancé a ver que vestía de negro y traía su barbijo, el que yo le había dado hace tiempo.

Me limpié una lagrima de la mejilla y esnifé.

Lo vi sacarse el barbijo.

—¿Puedo saber... porqué es tan importante ese gato para ti?

—Es lo único que me queda de ella... —murmuré, con la voz hecha un desastre.

—¿Ella? —Con el ceño fruncido, me miró. Yo no.

Suspiré. Sin sentirme preparada para esto.

—Mi hermana, Summer.

Se sorprendió.

—¿Tienes una...?

—Tenía... —dije, volteando a verlo por primera vez. Sus ojos castaños me devolvieron mi reflejo, me veía muy mal—. Falleció cuando tenía doce años... En un accidente de tránsito. Alguien la atropelló mientras regresaba de la escuela. Yo tenía siete años.

Michael no dijo nada. Podía ver en su rostro el asombro. Me miraba, anonado. Volteé a ver hacia el frente.

—Mike era de ella... Era tan solo una bola de pelos cuando Summer murió. Se lo regalaron mis padres dos semanas antes, por su cumpleaños —solté.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora