Veintidós: La Piscina

598 54 47
                                    

—¡¿Qué?! ¿Es una broma? Porque si es una broma no me da risa —dije, tratando de no desesperarme aún—. ¿De quién fue la maravillosa idea? Y lo digo con todo el sarcasmo del mundo.

—Sam...

—¿Fue de papá? No, él no. Él no sería capaz de abandonar de esta forma a su hija.

Michael me escuchaba discutir al teléfono, riéndose de mi dramatismo mientras le daba de comer al mishi.

—Samanta, no exageres. Ya tienes veintidós años.

—Pero mentalmente no —protesté—. Papá, ¿cómo puede ser posible que me estés dejando de esta forma?

—Sos más dramática que la rosa de Guadalupe, nena —regañó mi madre—. Sólo van a ser un par de semanas.

—Si, sólo un par de semanas en las que ustedes estarán de crucero viviendo la vida loca y yo me quedaré aquí, amargada.

—Pero, ¿no dijiste que te daba miedo viajar en barco?

—¡Si, pero ni siquiera me invitaron!

—Bueno, si te portas bien mientras no estamos, el próximo crucero irás con nosotros —agregó papá.

—No es cierto, ¡¿Aún no se van y ya tienen planeado otro crucero más?! —chillé—. ¿Quienes son ustedes? ¿Que le hicieron a mis padres?

Los escuché reírse. De mí. Que poca consideración.

—No se rían, esto es serio.

—Ouh, mi amor... Sólo son tres semanas, se pasarán volando.

—Para ustedes tal vez. A cualquiera se le pasa volando el tiempo en el Caribe. Pero no para uno que se queda esperando aqui a que vuelvan.

—No denigres tu país —me regañó mamá.

—No lo hago, ¡sólo estoy molesta porque mis padres se van de crucero sin mí! —lloriqueé—. ¿Y si les pasa lo del Titanic?

—Ay, Sam... No pienses así. Vamos a estar bien. Este es un viaje que con tu padre hemos querido hacer desde que nos conocimos. Es un sueño que tenemos como pareja.

—Lo sé, pero es que... No sé, me da miedo. Y además los voy a extrañar mucho.

—Te llamaremos todo el tiempo, te lo prometo. Yo me encargaré de eso. Y te traeremos algún llaverito de gatos, si es que no conseguimos uno de Michael Jackson.

Solté una risita de ternura, y los ojos se me pusieron llorosos. Ellos siempre habían sido tan atentos conmigo, desde que tenía uso de razón los recuerdo a ambos siendo unos padres maravillosos, con una crianza a base de amor, risas y un poco de disciplina. Entendía si querían tomarse un tiempo para ellos como esposos, tal vez ya era hora de un descanso, de un poco de alegría a ese matrimonio que había pasado por cosas... Devastadoras.

Mi obligación como hija era entenderlos, aceptar sus planes y apoyarlos. Mi obligación era verlos feliz, que siempre fueran felices.

Antes de soltarme a llorar, volví a hablar.

—No es necesario. Estaré bien y ustedes también —dije—. Tampoco tienen que preocuparse por llamarme a cada rato. Estaré mejor si sé que se están divirtiendo como nunca. Tienen que disfrutarlo, es el fruto de su esfuerzo.

—Eso haremos, hija. Muchas gracias por entender —dijo mamá, dulce—. Siempre estamos orgullosos de ti.

—Y yo de ustedes —Sonreí—. Los quiero.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora