Veinticinco: Si Me Quedo... (Parte 2)

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Pensando en tantas cosas, abrumado, sentado a la orilla de mi cama con los codos afirmados a las rodillas y la espalda encorvada, escucho la puerta del departamento abrirse. Debe ser Sam porque nadie más tiene llaves.
Me pongo de pie y recompongo mis ánimos para que ella no sospeche ni se preocupe de nada. Salgo de la habitación, alzando al michi que me acompaña a saludarla. La veo dejando sus cosas en el sillón, sonrío instantáneamente.

Solo que Sam no sonríe como siempre. Veo sus ojos apagados y tristes, rojizos incluso. Parece cansado e inestable, quisiera darle un fuerte abrazo que la hiciera sentir mejor a pesar de no saber qué es lo que sucedió. Pero le doy su espacio, dejo que se ponga cómoda y que si tiene ganas de hablar, me cuente que le sucedió.

Pero ese plan no dura mucho cuando la veo caminar hacia su cuarto, desganada. Voy con ella, la veo acostada en su cama de espalda.

—¿Segura que estás bien? —pregunto, desde la puerta de su cuarto.

—De verdad estoy bien, Michael. Solo que... como decimos los argentinos, hoy tuve un dia de mierda.

Sonrío, levemente.

—Pero tú eres estadounidense.

—No digas eso enfrente de mí madre —resopla, y me río por eso.

La miro, pensando en que le habrá pasado para verla tan débil y con bajos ánimos. Pero prefiero hacer algo y no perder más tiempo en suposiciones.

Me aclaro la garganta con intención.

—Bueno... ¿y ese es tu plan para esta noche?

Levanta un poco la cabeza de la cama y me mira, frunciendo el ceño.

—¿Qué cosa? —Me pregunta.

—¿Tu plan es quedarte en cama?

—¿Se te ocurre uno mejor?

—Bueno, quería intentar una receta que vi esta tarde en la televisión. Creo que se llamaba bizochelo.

—Bizcochuelo —Me corrige.

—Eso mismo.

—Pero no tengo nada para hacer un bizcochuelo.

—¿Qué no existen estos lugares grandes en los que uno compra los alimentos que le hacen falta? —Mi sarcasmo funciona. Al menos ya se ha levantado de la cama—. ¿Cómo se llamaban? ¿Supermercados?

—Se ve que estas de muy buen humor.

—Tu no, al parecer —digo, sincero.

Pienso que me va a decir lo que le sucede, pero en cambio respira hondo y luego me mira fijo.

—Bien, vamos al supermercado entonces.

Sonrío.

—Si no tienes ganas, entonces no —dije, mientras ella se ponía de pie.

Se detuvo. Me miró.

—Muy bien, entonces no iremos —se sentó.

—¡Era broma! —Me reí, sonriendo—. ¡Vamos! ¡No tardes! Iré por el cubrebocas que me diste.

No lo pienso más, antes de que ella se arrepienta y ya no pueda sacarla de ese estado, corro a vestirme de una manera en que pueda tapar un poco mi "parecido" con Michael Jackson.
Unos minutos después ambos estamos montados en el auto de Sam, andando por las calles de Caba, como ella le dice, de camino al supermercado.

Estaciona y se coloca el cubrebocas antes de bajar. Yo la sigo, caminando a su par. Entramos. El supermercado está un poco más concurrido que lo habitual.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora