Uno: ¿Dónde Estamos?

451 51 48
                                    

Fue todo en un segundo. Las cosas sucedieron muy rápido. Hace unos instantes solo estábamos despidiendonos en mi departamento, a punto de que Michael cruzara el portal y luego todo se descontroló.

Una fuerza invisible y sobrehumana nos había arrastrado a ambos hasta caer en este abismo de una intensa oscuridad. Llena de miedo e incertidumbre. Mientras caía, solo podía pedir para que nada malo nos pasara a los dos. Y sujetaba bien fuerte la mano de Michael, porque era lo único que me hacía sentir a salvo incluso en una situación así.

Pero de pronto, la caída se intensificó, mis ojos se cerraron del susto y fue hasta después que me di cuenta que había soltado la mano de Michael. O él soltó la mía... no lo supe.

Solo fueron segundos desesperantes en los que caía en un vacío que se acercaba a su fin y yo no sabía que pasaría conmigo. Pero nada podía hacer ya. La gravedad hacía su trabajo, me impulsaba hacia el impacto, esperando por mi. Solo pude cerrar los ojos con presión y rogar para que no doliera.

Pero nada trágico pasó.

Sentí mi cuerpo, como un costal de papas, caer a toda velocidad sobre una superficie flexible, haciéndome rebotar en ella. Era esponjosa, suave, amortiguó mi caída y no me causó ningún daño. Pero aún así permanecí con los ojos bien cerrados, del susto y respirando agitada del susto.

Solo escuchaba los latidos desenfrenados de mi corazón, que se me saldría del pecho en cualquier momento.
Descansé un segundo sobre esa suave superficie y luego me atreví a abrir los ojos. Todo estaba oscuro, y aunque no era tenebroso, fue confuso para mí. Empecé a palpear la cosa que sostenía mi cuerpo inerte. Era tan suave y acolchonado, que estaba segura, aún sin tanta luz, que era una cama. Cuando me senté sobre ella, el colchón se hundió un poco. Si, era una cama. Una enorme, al parecer.

Sin luz, y a tientas, me puse de pie, tratando de descubrir dónde estaba. A donde es que había venido a parar.
Ya sabía que ese no era mi departamento o mi cuarto, porque lo habría reconocido aún sin luz. En cambio, este lugar era muy espacioso y avanzar en penumbras fue muy difícil, por la cantidad de muebles o sillones que había. Lo supe mientras chocaba con ellos y mis manos iban tanteandolo todo. Yo no tenía sofás de terciopelo en casa.

Así que no, ya sabía que no estaba en casa. Entonces, ¿en donde?

Respiré hondo y me contuve de soltar un quejido cuando mi dedo gordo del pie chocó por segunda vez con la pata de un mueble que no alcancé a advertir. Seguí tanteando, caminando con pasitos de bebé mientras esperaba acercarme a una ventana o encontrar el interruptor de la luz para encenderla. Y mientras eso hacía, me llevé por encima una silla que no vi, haciéndome caer de bruces al suelo. La silla hizo un ruido estrepitoso que se sumó al grito de horror que solté.

—Carajo... —chillé por lo bajo, sobándome la rodilla adolorida. Y recé para que nadie me hubiera oído. Porque no tenia ni idea de donde estaba.

Aún estaba tirada en el suelo, adolorida y asustada cuando lo escuché.

—¿Sam? ¿Eres tú?

Su voz sonó nerviosa, podía sentir su miedo. Pero aún así, escuchar su voz en este momento fue glorioso. Me produjo una inmensa alegría.

—¿Michael?

—¡Si, si! Soy yo.

—Oh, Dios... —Sonreí. Mis ojos se volvieron llorosos—. Creí que te había perdido para siempre... ¿E-estas bien?

—Si, lo estoy. ¿Y tú? ¿Qué fue ese ruido?

—Es que me caí —respondí, y ambos nos empezamos a reír—. ¿Dónde estás? No te veo.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora