Siete: Un almuerzo... especial (Parte 1)

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—Sam, llevá servilletas a la mesa de afuera —me dice Lucía, pasando por mi lado y saliendo de la cocina mientras lleva dos posillos de café en una bandeja.

Asiento, cambiando la música en mis auriculares por Stayin' Alive, porque o sea, ¿a quien no lo anima esa cancion? Asi es como estoy más despierta en el trabajo, escuchando buena música.

Llevo las servilletas, y en eso que estoy por regresar a la cocina, llegan nuevos clientes y me dirigo con ellos, para tomarles la orden. Afuera el día está hermoso, soleado y un poco caluroso, pero lindo.

Al final le hice caso a Michael y hablé con Marcelo para cambiar mi turno de trabajo por el matutino. Creo que me convenía más levantarme temprano que regresar a casa sola, a altas horas de la noche con lo peligroso que estaban los tiempos. Así que hace una semana comencé a trabajar en la mañana, saliendo al mediodía. Lucía también cubre el mismo turno y el de la tarde-noche junto a Micaela, la chica nueva. El cambio me conviene más, ya que, el día me rinde más y no tengo que cocinar porque, siempre llevo algo a casa ya listo.

Asi que esa era la rutina ahora, levantarse temprano para el trabajo, desayunar con Michael, quien ya está acostumbrado a levantarse muy temprano, y partir a trabajar. Mientras, Michael cuidaba de Mike y la casa, haciendo la limpieza y el lavado de ropa, a petición de él. Despues yo llegaba con la comida y almorzábamos juntos. Nos quedaba la tarde libre para hacer lo que quisiéramos, y aun no habíamos hecho casi nada.

Solo fuimos al Jardin Japones el martes, nos sacamos fotos hasta llenar la memoria de mi celular. En todas salgo yo, abrazada a un hombre de rastras, bigote y camisa hawaiana, ya saben quien es. Y el jueves fuimos a una plaza en donde había una feria del libro, Michael usó el mismo disfraz. Nos quedamos hasta tarde dando vueltas, hablando de todo. Comimos un pancho a la orilla de la costanera y regresamos a casa. No me pregunten que se sintió porque no hay palabras para explicarlo. Solo puedo decir que fue... mágico.

Pero ahora estaba aquí, de vuelta en el trabajo, con los pies en la Tierra. Lo bueno es que ya quedaba poco para salir, ya iban a ser la una. Generalmente es a esa hora cuando más clientes tienen los negocios de comida, pero Marcelo prefiere cerrar, irse a casa a almorzar con su esposa, dormir la siesta, y regresar a la tarde para abrir el local. Por esa razón, la gente, que ya conoce los horarios de la Parilla, van retirándose del lugar. Ya casi no queda nadie. Con Lucía nos encargamos de la limpieza de las cocinas y las mesas mientras Marcelo apaga las parillas y los hornos.

Yo me tomo unos minutos para responder los whatsapp cuando todo quedó limpio y ordenado. Solo queda esperar que Agustín, el chico del delivery que contrataron hace poco, vuelva de haber llevado el ultimo pedido para así poder cobrar y cerrar. Las chicas en el grupo del club de fans siguen debatiendo sobre quien se encargará de esto y de aquello en la fiesta de Halloween. Yo y Gina nos ofrecimos a encargarnos de la decoración del club para esa noche. Los whatsapps siguen, tengo uno de Olga al privado que respondo primero al ver que Daniel no ha respondido a mi mensaje que dejó en visto desde ayer. Hablábamos sobre el auto, no sé que le pasó cuando regresaba de buscar a su padre y lo rompió. Es algo con el embrague, me dijo. Prometió llevarlo al taller y traerlo a casa cuando estuviera como nuevo. Asi que he estado toda la semana sin auto, no es tan trágico, pero si.

Se lo cuento a Olga por mensajes y lo primero que hace es atacar a Daniel, como imaginaba.

Olga:

Que pelotudo. ¿No está bastante grande ese como para andar rompiendo las cosas ajenas?


Yo:


Ay, Olga, no seas así. Le estaba ayudando a su padre. Pobre.

Por el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora