Por el Tiempo

Cinco: Todo estará bien

—Aun estamos a tiempo... podemos esconderte en la cocina.

—Sam, ella ya me vio.

—Sí, pero no creo que lo recuerde con el golpe. Podemos hacerle creer que fue una ilusión.

—Mira, está despertando.

—Ay, Dios... ¿Olga, estás bien?

Mi buena amiga apenas y abre los ojos, se encuentra con la imagen de nuestros rostros. Michael, Mike y yo estamos alrededor suyo, mirándola con preocupación. Ella logra abrir los ojos por completo, después frunce el ceño mientras nos va mirando uno por uno, como queriendo reconocernos. Cuando su mirada cae en Michael, lo mira con los ojos grandes, ya es tarde para hacerle creer que es una ilusión. Se levanta de golpe, pegando un grito ensordecedor. Su cabeza pega en mi frente con fuerza y yo también termino gritando.

—Ouch... —suelto un quejido de dolor, tocándome la frente.

—¿Estás bien? —me pregunta Michael, preocupado.

—Sam, ¿qué mierda está pasando? ¿Qué hace él...? ¿Qué...?

—Tienes que tranquilizarte, Olga —le digo, en inglés, poniéndome de pie. Ella es fanática numero uno de Michael, sería ilógico si no supiera hablar inglés, ¿no crees? Michael me imita, poniéndose de pie también y quedándose cerca mío por si Olga llegase a reaccionar mal—. Te lo puedo explicar.

Ella tiene las manos cubriendo su boca abierta de la impresión, mientras mira a Michael, sin creerlo. Sus ojos se van aguando, y su respiración está desenfrenada. Me preocupa que vaya a colapsar de nuevo o algo peor. Sobre todo, para una mujer de su edad. Olga tiene cincuenta y dos años ya, actualmente vive en La Matanza, pero ella siempre ha sido de acá, de Palermo. Es la fundadora del club de fans. Madre de tres hijos y abuela de siete nietos, está casada con Humberto, él es un buen tipo, no es fan de MJ, pero siempre apoya a su esposa en todo. Varias veces cuando no había presupuesto para seguir con el club de fans o para realizar algún evento, Humberto siempre fue una gran ayuda. Se quieren bastante y es uno de esos pocos matrimonios que al día de hoy siguen juntos. Ella ha admirado a Michael desde que tenía catorce años, y tuvo la suerte de asistir a uno de sus conciertos en 1993, aquí en Bs. As., acompañada por su padre, quien ya falleció. Estuvo demasiado lejos del escenario, es cierto, pero es una experiencia única y maravillosa que ella tuvo la oportunidad de vivir. Yo siempre estoy pidiéndole que me cuente una y otra vez la historia del cómo fue y como se sintió, y Olga siempre hace que suene tan especial, que siento que yo estuve ahí también, aunque ni siquiera hubiera nacido aún.

Olga se jubiló hace poco, daba clases de inglés en la UBA. Le gusta mucho leer y escribir. Debo haberle dicho como unas quinientas veces que vaya con una editorial y publique sus novelas porque son fantásticas, sin inventar.

A pesar de la diferencia de edades con ella, Olga y yo nos entendemos muy bien, es una de mis grandes e íntimas amigas. En el club de fans todos somos amigos, pero con Olga somos más compinches. Ella tiene un espíritu tan salvaje y fresco como si fuese una adolescente de quince, a la misma vez habla tan sabiamente y con mucha experiencia vivida como solo una mujer de su edad lo haría. Siempre he apreciado nuestra amistad en grande porque ella me entiende como muy pocos lo hacen, sobre todo con mi amor por Michael. Yo hago lo mismo con ella, nunca la juzgo. Los verdaderos moonwalkers no hacemos eso.

—¿Entonces... sos Michael? —pronunció mi amiga, consternada, apenas le terminé de contar lo sucedido. Ella estaba en un extremo de la pieza, y nosotros en el otro, intentábamos darle su espacio para que se tomara todo esto con calma.

Michael asintió, entendiendo a la perfección su inglés. Mis manos temblaban nerviosas, preocupada por Olga y por todo esto. Si a mí todavía me costaba asimilar que Michael Jackson estuviera viviendo conmigo desde hacía dos días, no imaginaba como lo iba a tomar Olga.