Capitulo I

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No me gusta que me miren, no me gusta molestar, mucho menos sentir que cometo un error; así que siempre fui una persona silenciosa. Aprendí a odiar el ruido y amar el silencio, o al menos traté de hacerlo, porque si debía convivir conmigo misma cada día, así debía ser. Silencioso. Tratando de ocupar el menor espacio posible y ser todo lo perfecta que pudiera.

En ese momento, solo eso necesitaba; silencio.

Los cordones de mis patines me raspaban las yemas de los dedos mientras los presionaba más de lo necesario para desatar los numerables nudos, estaba agobiada, molesta, con la sangre bombeándome en las cienes y los oídos agarrotados. Solo necesitaba un descanso.

—¿Me estás escuchando, Alex? ¡Ibas demasiado lento! ¿Es que tenías pereza? Te la pasaste medio entrenamiento con la cara sobre el hielo—Mi madre caminaba de un lado a otro, golpeando su palma con el dedo índice mientras enumeraba mis fallas. Suspiré.

—Mamá, es una canción lenta, se supone que debo ir al ritmo de la canción. —Quité el patín izquierdo de mi pie con violencia, haciendo un esfuerzo por mantener mi voz en un estado neutro.

—¡Pero fallaste tres veces el mismo salto! ¡Cambiaste los ritmos! Todo parecía tan tosco, tan... brusco, estabas distraída—Patín derecho. —¿acaso no te interesa? ¿No te importa el esfuerzo que he tenido que hacer para darte todo esto? ¿Por qué estás tirando todo a la basura? Eres una egoísta.

—¡Todos tenemos un mal día! ¿Sí? ¿O no tengo derecho a eso tampoco? — Mi voz sonó tajante, cada palabra se escapó más filosa que la anterior y ni siquiera noté haberlo dicho en voz alta hasta que, por fin, mamá se quedó callada, mirándome con sus ojos azules llameando en ira.

Supongo que estaba equivocada, no amaba del todo el silencio.

Me encogí en mi lugar, oyendo los tacones de mamá acercarse hasta estar frente a mí. Agaché la cabeza, con la respiración media desbocada, buscando algo en lo que dejar mi atención. Cada movimiento era cuidadosamente vigilado por ese par de ojos demandantes, que esperaban fuera yo quien diera un paso al costado. Como siempre.

—Lo siento, no debí hablarte así. —medio murmuré, tragando en seco— Es solo que estoy cansada, muchísimo, además es una coreografía nueva, a un tiempo al que no estoy acostumbrada, solo tengo que adaptarme. Y es estresante. Lo siento, de verdad—Volví el rostro hacia mamá, fingiendo la expresión más apenada a mi alcance. Pero no aflojó ni un musculo de su rostro, ni siquiera al ver las lágrimas relucientes en mis ojos. Sí, eran lágrimas de rabia, pero mamá no tenía como saberlo.

—No tienes tiempo para estar cansada, ni estresada—Farfulló, volviendo a desviar la mirada con rapidez.

Deje caer la cabeza sobre las palmas de mis manos, con los codos incómodamente cargados sobre mis rodillas y con el grito incipiente arañándome dolorosamente la garganta. Solté un chillido bajo mientras me frotaba los ojos. Preparándome para los gritos. Era la único que podía hacer.

—¡Heather! Sabes que no puedes estar aquí, hay chicas cambiándose.

Si no era un ángel en vida, no sabía que era.

Levante mínimamente la cabeza para lograr ver a mi entrenadora bajo el marco de la puerta. Vestía ropa deportiva en distintos tonos de negro, con el cabello pelirrojo en una coleta ajustada y los ojos verdes duros como piedra mirando a mamá, desafiante, algo que yo jamás me atrevería a hacer con mi madre.

—Yo no veo a nadie. —repuso ella, sonriendo con sorna, cargándose sobre una de sus piernas.

—Yo si veo a una persona—La pelirroja me apuntó con la palma de la mano, irguiéndose bajo la mirada de mi madre. —No puedes estar aquí, lo siento.

Bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora