Capitulo XVIII

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Tragué en seco y en un intento desesperado de no acobardarme decidí no mirar hacia abajo, por lo menos no mientras balanceaba un par de veces mis pies en el vacío y me impulsaba hasta caer por la ventana de mi habitación. No abrí los ojos hasta que mis rodillas se quejaron por el impacto y me lanzaron directo al frente, obligándome a caer de bruces sobre el césped.

Maldije en voz baja y mientas me levantaba, sacudía a palmadas la tierra de mi ropa, estirando el final del vestido que con la caída había terminado por la mitad de mis caderas. Agradeciendo que no se hubiera dañado, en especial cuando la prenda era de las pocas que había logrado comprar por mi cuenta, de esas que había escondido por toda la casa, en específico la que había desempolvado de un pequeño espacio que había formado entre el final de uno de mis cajones y una tabla casi idéntica a la original, causando la ilusión del final del espacio. Ocultando las cosas que jamás podría llevar frente a mamá.

Aun con las rodillas palpitantes me calcé mis botas de charol y corrí lo más rápido posible fuera del jardín, esperando que el estrépito de mi caída no fuera lo suficientemente fuerte como para alertar a alguien de mi escapada. Aunque lo dudaba mucho, no podía confiarme. No cuando esperaba que esa no fuera la última vez.

Zigzaguee entre los rosales de mamá, mis mejillas pintarrajeadas de la emoción, la ilusión al ver el auto ya conocido estacionado fuera de mi casa por segunda vez en la semana. Con el chico de los mensajes de conductor. Sonreí y por un pequeño momento mis pulmones decidieron deliberadamente pasar olímpicamente de lo que realmente eran, privándome de aire mientras la inseguridad se comenzaba a plantar en la boca de mi estómago. ¿Qué se supone que dijera? ¿acaso un simple hola sería suficiente? ¿debía saludarlo de un abrazo? ¿un beso en la mejilla?

¿Acaso esta era la segunda vez que me escapaba de casa y aun nada salía mal? Pronto la idea me comenzó a parecer mucho más peligrosa, el castigo mucho más probable, pero antes de que pudiera salir corriendo por sobre mis pasos o delatarme allí mismo, Alec bajó su ventanilla y se asomó por ella para decir:

-¿ya nos vamos? -Su sonrisa radiante, los rizos de su cabello rubio despeinados contra la pequeña brisa de la intemperie, me convencieron en menos de lo que esperaba, que el peligro valía completamente la pena.

Solté una pequeña risita como un suspiro, algo muy impropio de mí, comenzando a sentir el efecto de su sonrisa, mandándome hacia adelante, tropezándome con mis propios pies antes de caer dentro del vehículo, sin un solo rastro del arrepentimiento o la culpa que había sentido un minuto atrás.

-¡Hola! -Le saludé con una sonrisita ansiosa, pasándome el cabelló detrás de las orejas para despejarme el rostro. No muy segura de cómo actuar, esperándome una respuesta igual de incomoda de su parte; aun cuando esta nunca llego.

-Te ves hermosa-Confesó con la misma sonrisa de hace un rato, aquel hoyuelo formándose en su mejilla izquierda, mandando un revoloteo por mi cuerpo que me hizo desear levantar mi mano hasta él y calzar mi dedo en la suave hendidura.

Un revoloteó que con la misma fuerza me obligó a soltar una risita estúpida, abriendo y cerrando los labios, media perdida, sin saber muy bien qué responder a algo así, entrando un poco de pánico mientras con un temblor nervioso y las mejillas ruborizadas me dignaba a balbucear una respuesta.

Era patética, lo admito.

-Tú no te quedas atrás-Acepté también en un desliz, regalándome a mí misma el momento para ver como sus usuales ropas anchas y desperdigadas se habían terminado por convertir en pantalones verde militar, ajustados a su cintura por un cinturón del que caía una cadena plateada y un suéter negro, ajustado y cuello de tortuga, aferrándose a su figura delgada. No lo suficiente para lucir el extremo ni musculoso para parecer ejercitado; solo delgado, normal y jodidamente atractivo.

Bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora