Al día siguiente había vuelto a la escuela, aun abrumada y cansada, pero con una nueva idea en mi cabeza. Me había paseado por la escuela todo el día, toda sonrisitas y con la cabeza erguida, incluso había entablado conversación con algunos de mis compañeros. Y a la hora del almuerzo me había atrevido por primera vez en mucho tiempo a poner un pie en la cafetería, mamá lo odiaría, odiaría verme siendo el centro de atención por tanto tiempo. Odiaría verme contonear con una espléndida sonrisa, escaneando el lugar como si se tratara de mi propio y personal reino, porque lo era. Porque yo era la chica de las medallas de oro, la chica de la gira mundial, la chica de los noticieros, la de la película, era el centro de atención y había pasado tanto tiempo dejándome manipular por mamá, había pasado tanto tiempo creyendo que estas personas podrían arruinarme con su envidia que me había convertido en un enigma, me había convertido en un misterio que muchos querían resolver. O al menos esa sería la historia que me iba a contar cada vez que estuviera insegura.
Saludé a un asombrado Carter desde la lejanía, alejándome antes de que pudiera atraparme entre sus garras de preguntas y exclamaciones. Me alejé porque por fin había visualizado una mesa que llamaba lo suficiente mi atención, estaba casi al final de la cafetería y unos compañeros de clases se sentaban en ella. Reconocí a uno en específico, de mi clase de filosofía, ese día se había pasado casi treinta minutos mareando al profesor hasta que el mismo lo echó del salón. Mamá lo odiaría.
-Hola ¿queda espacio para una más? -Me acerqué con la sonrisa más cordial a mi alcancé, sosteniendo mi ensalada con fuerza; En un esfuerzo para que no notaran el temblor de mis manos.
-¡Claro! ¿Alex Brown, cierto? -El chico de la clase me sonrió abiertamente, haciéndose a un lado para dejarme un espacio. Llevaba el pelo teñido de gris, al ras en los lados de la cabeza y sumamente largo en la parte superior y se veía muy cómodo en una camisa negra transparentosa que si le llagaban a ver a una chica estaba segura de que la echarían a patadas del instituto, en especial porque llevaba al menos seis botones abiertos.
-La misma-Le devolví la sonrisa, pasando uno de los mechones de cabello detrás de mi oreja antes de sentarme.
-Mierda, chica, eres una leyenda. Creí que la cafetería era una de tus zonas prohibidas -Volteé en cuanto una chica que estaba sentada justo frente a mi habló, riendo mientras se tomaba el cabello en una coleta alta. Llevaba los mechones de un verde neón que mi madre habría odiado.
-Supongo que lo prohibido a veces es bueno-Me encogí de hombros, guiñándole el ojo casi al mismo tiempo que sentía un escalofrío recorriéndome la espalda. Mamá no puede verme aquí, me recordé.
-Me agradas-Un chico negro del otro lado de la mesa me sonrió, levantando su vaso en mi dirección, en ceña de brindis. Reí.
Pronto descubriría que él era Trevor, un aficionado de los video juegos y la pereza. Y que la chica del pelo verde era Kat, o que así se hacía llamar pues odiaba su nombre real, tardé treinta minutos y perdí mi postre, pero logré que me lo confesara, Alicia, al parecer demasiado santurrón para ella. Y que el chico que habían expulsado de filosofía era Ben, que conocía las reglas tan bien como conocía el desierto del Sahara, si, de absolutamente nada. También conocí a Viv, Lara y Brad. La primera era al parecer la callada del grupo, no cruzó muchas palabras conmigo, pero yo no podía dejar de apreciar el tatuaje en su cuello, muy visible por su cabello rubio que no llegaba ni debajo de su quijada. La segunda era más habladora, pero demasiado para mi gusto, no dejaba de chillar y alardear de su poca altura, irritante. Y el último, mierda, ni siquiera me miró en todo el almuerzo.
-¡Eh! Princesita-Me llamó Ben, deteniéndome mientras me disponía a irme-¿qué te toca?
-Matemáticas-Alcé una ceja, curiosa por su interés.
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Bajo la tormenta
Genç KurguA veces se trata de derrumbarte, de caerte y aprovecharlo para ver las estrellas bajo la tormenta. Alex ha estado perdida toda su vida; en sí misma, en su familia, en ideas que otros construyen sobre ella. Se pierde tan fácil que ya no sabe en dónd...