Capitulo XXXVIII

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Brown, Brown, Brown. Alex Brown. Alex Mono Araña Tijereta Brown. No estaba seguro de su segundo nombre, pero los apodos que le había puesto, era obvio que siempre me gustarían más. En cualquiera de sus formas podía volverme loco, y si perder la cordura fuera la única opción con la condición de estar con ella, lo haría con todo gusto. Haría todo por ella. Y cada vez estaba más seguro de ello. En especial en este momento, mientras la veía dejar dos platos de comida sobre mi escritorio y devolverse a cerrar la puerta de mi habitación muy lentamente. Una parte de mí, quería preguntar que le había dicho mi madre cuando ha llamado la puerta, bueno, además de obviamente darle comida; también había otra parte que quería preguntar por los condones en el suelo, pero, aun así, mantuve el silencio. Contemplándola mientras cerraba y abría sus puños una y otra vez, con nerviosismo, claramente incomoda.

Quería explicarle, porque a pesar de aquellas partes de mí que querían preguntar cientos de idioteces para evadir el tema, la más grande de ellas; estaba jodido de miedo. Aterrado. Porque temía que ya no me quisiera, que luego de saber lo que le he ocultado, que luego de oír todas esas cosas, simplemente ya no me amara. Estaba aterrado hasta la medula de que mi padre tuviera razón. Pero antes de que, aunque sea pudiera abrir la boca, ella comenzó a hablar.

-No soy buena consolando a la gente-soltó de repente, parándose frente a mí, que estaba sentado en la cama. -ni siquiera me gusta todo eso del consuelo, no creo que tu necesites eso, es... es degradante. Así que llamare esto apoyo, si, apoyo-sabía que estaba divagando, pero, aun así, me le quedé viendo, siguiéndola con la mirada mientras comenzaba a jugar con su brazalete. Su tic más usual.

» Hay veces, cuando tengo problemas con mis padres, en que me dan ganas de gritarles e insultarlos hasta quedarme sin voz-fruncí el ceño, confundido ¿no me preguntaría nada? -otras, en las que quiero hablar y hablar con alguien sobre todo... o simplemente sobre nada ¡lo que sea! Y bueno... hay otras-se aclaró la garganta, claramente incomoda. -otras, en las que solo quiero un abrazo.

-¿a qué viene todo esto? -pregunté lentamente, ansioso.

-a que no soy buena consolando-insistió, cerrando los ojos, claramente frustrada. -pero, sé que esas cosas me hacen sentir mejor, y no sé qué cosas te hacen sentir mejor, pero quiero que lo estés, así que dime que hacer, porque estoy empezando a hiperventilar y te juro que si empiezo iré a golpear a tu padre, la única razón por la que no lo he hecho has sido tú, así que po...

-creo que quiero el abrazo-confesé, desconfiado y algo temeroso, pero todo eso se perdió cuando ella volvió a mirarme a los ojos y lo único que pude ver en ellos fue... amor.

Alex terminó con la distancia entre nosotros, sentándose a horcajadas sobre mis piernas mientras me pasaba los brazos alrededor del cuello, atrayéndome hasta que mi rostro estuvo en la cuenca de su cuello, aspirando su olor que siempre me había hipnotizado. Ella me hacía sentir seguro, tanto que las lagrimas dejaban mis ojos sin vergüenza alguna.

Me gustaba su olor, siempre lo había hecho, olía a una mezcla de lavanda con hogar que me volvía loco y que, en ese momento, era todo lo que necesitaba. Y todo lo que temía perder. Alex fue lo primero en toda mi vida que realmente temí perder, porque nunca supe si realmente la tenía, ella no era de esas personas que hablaran mucho de sus sentimientos; respondía a los halagos con bromas y debía sentir presión para hablar de sí, yo lo sabía, pero me hacía sentir jodidamente inseguro. En especial en las despedidas, porque por alguna razón sentía que siempre trataba de grabarse hasta el último detalle de mi como si fuera la última vez que nos veríamos, y por puro terror, yo me obligaba a hacer lo mismo. Y porque temía perderla, fue que no le mencione nada sobre mi sexualidad, porque temía del mundo y de lo que diría. Porque así es no ser hetero en la vida real.

Bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora