Capitulo VI

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Mis botas resonaban contra el suelo, mis costados chocaban constantemente con muebles y la mirada se me nublada en lágrimas que me impedían recorrer el lugar con consciencia. Solo corría. Escapaba. Todo lo que hace unos minutos había querido hacer, pero esta vez de la peor forma.

El aire me faltaba mientras trataba de dar respiraciones largas, pero algo me lo impedía, un nudo en la garganta, el peso en el pecho. El terror me recorría de pies a cabeza. La confusión martillándome desde dentro. La verdad dura, cruel, encajando como una pieza de rompecabezas en los espacios vacíos de mi mente. Mis pulmones pasaban olímpicamente de hacer su trabajo y sentía que me iba a morir.

Bajé a trompicones por las escaleras, aferrándome al barandal con todas las fuerzas a mi disposición en ese momento, arriesgando desnucarme en ese preciso lugar del que tanto quería escapar.

Amante.

Trato.

Cazafortunas.

¿por qué crees que lo hizo?

¿Por qué siguen juntos?

Las palabras se desparramaban por mi mente, inundando cada lugar a su paso, ahogando cada pensamiento racional. Toda una cascada de verdades, toda una nueva realidad de crueldades. Sollocé con desesperación. Algo que llevaba años rompiéndose en mi interior por fin terminaba por destrozarse, cayendo y cayendo, aplastando todo, salpicando de verdad los lienzos vacíos de mis mentiras. Manchando. Arruinando.

No me permití ni un solo suspiro al por fin llegar a la primera planta, todo de pronto iba lento, lento, lento, lento. Me sentía como tratando de correr bajo el agua. No podía respirar.

Chillé al chocar con algo duro que se interpuso en mi camino.

—Señorita Alex ¿se encuentra bien? —Tragué en seco, tratando de agrietar el nudo en mi garganta, pero solo podía ahogarme con mis palabras.

—No, lo siento. —negué, boqueando por un poco de aire, comenzando a sentir una punzada en el pecho— Perdón a mi abuela, pero debo volver a casa, dígale que me llame. —Me las arreglé para decir, agitada, apenas recordando haber intercambiado números con la madre de mi padre mientras conversábamos sobre lo mucho que trabajaba él.

—¡Señorita Alex!

Dejé a mis espaldas los gritos de la ama de llaves una vez estuve fuera de la casa, esta vez caminando torpemente, mareada, horriblemente mareada. Fue una total travesía bajar los escalones hacia el jardín delantero y aún peor fue tratar de caminar por el camino de roquilla. Sintiendo mis botas enterrarse a cada paso, arriesgando lanzarme involuntariamente al suelo.

Casi chillé de alivio al ver el auto del chofer de papá en la entrada, con el tal Roger allí aun sentado, seguro esperándonos. Como pude apresuré el paso, trotando torpemente antes de casi lanzarme sobre el vehículo. Tuve que golpear repetidas veces la ventanilla del copiloto antes de que el sorprendido chofer la bajara, reconociéndome.

—Por favor, sáqueme de aquí—Sollocé, y creo que nunca antes soné tan desesperada.

—Señorita, no creo que pueda... su padre, él es mi jefe—Se lamentó, apuntando hacia la mansión.

—Por favor, por favor. Soy su hija—Malditamente cierto—creo que podría tomar, aunque sea una orden de mí. —Silencio. —Por favor.

—Súbase. —Culminó, desbloqueando las puertas el tiempo suficiente para que pudiera lanzarme al asiento de copiloto. Mínimamente aliviada. —Que su padre no se entere de esto ¿A dónde la llevo?

—A casa.

Pero yo no tenía una, no un hogar, solo una estructura frívola donde dormía y comía. No lo supe hasta que a medio camino el pánico volvió a apoderarse de mi pecho y le volví a rogar al chofer, pidiendo en sollozos que parara el auto unos segundos antes de abrir la puerta con el vehículo aún en movimiento. Ni siquiera me volteé, solo me bajé y me quedé parada a las orillas de un parque, hiperventilando mientras el auto se alejaba.

Bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora