Capitulo V

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Tenía la frente pegada a la ventana mientras el auto avanzaba, con papá a un lado y su chofer al volante. Había pasado casi una hora de arrepentimiento y silencio, jamás debí haberme comprometido a venir. No con papá a menos de un metro de mí.

Personalidad.

Personalidad.

Personalidad

La palabra no había dejado de rondar en mi mente, atormentándome mientras trataba una y otra vez olvidarla, mientras intentaba convencerme, de asegurarme, que una persona que ni siquiera me conocía no podía saber eso, que no podía llegar y tener el poder de martirizarme de esta manera. Pero ¿y si él había logrado notarlo en un par de horas cuantas otras personas pensarían así de mí? Sin personalidad, muñeca; hasta yo podía ver las letras marcadas con indeleble en mi frente. Ni siquiera sabía que me gustaba, o que quería ser, que quería estudiar, donde quería estudiar, no sabía nada de mí misma y papá lo había notado en una sola salida. Yo no sabía quién era y llevaba diecinueve años conviviendo conmigo misma con los ojos lo suficientemente vendados como para no verlo.

—Llegamos, Señor Brown—La voz del chofer cuyo nombre había olvidado interrumpió completamente mi ensimismamiento.

—Gracias, Roger. —Roger.

Antes de que pudiera abrir mi propia puerta alguien ya lo había hecho por mí, un estilo de mayor domo que seguramente trabajaba para la abuela y el abuelo; alto, regordete y canoso, con el rostro plagado de manchas por el sol y casi imperceptibles arrugas. Le sonreí afable, tratando de dar una buena impresión.

—Señorita Brown—Hizo una pequeña reverencia para indicarme que bajara. —Señor Brown—Saludó al hombre a mis espaldas.

—Buenos días—Musitamos al mismo tiempo.

—La señora y el señor Brown los esperan en la sala principal—Nos informó el canoso, dirigiéndonos una sonrisa de labios cerrados.

—Muchas gracias, Levin. —Levin... ¿cómo papá recuerda los nombres de todos?

Me tuve que contener para no abrir la boca una vez vi la casa... ¿casa? Eso claramente no era una casa. No podría ser algo tan simple. Casi no recordaba la última vez que había estado aquí y estaba segura de que había crecido desde entonces. Examiné la fachada color pastel, con un pequeño aire de emoción recorriendo mi rostro.

Caminé detrás de papá todo el tiempo, expectante a la gigantesca estructura, toda elegante y brillante. Tenía un estilo victoriano que me hacía difícil dejar de mirar todo con tanta atención. Una vez adentro, me tardó un esfuerzo en no chillar, porque todo era hermoso. Hermosísimo. Nunca había visto una casa igual, y aunque para papá parecía no ser nada del otro mundo, yo ya lo amaba.

—Vamos, es por aquí. Apresúrate. —Me indicó papá, siguiendo su camino sin siquiera detenerse a cerciorarse de que lo seguía. Estaba segura de que por el estaría bien si diera media vuelta y me largara del lugar.

—Hace mucho tiempo no los veo. —Comenté en un murmullo, más para mí que para él, distraída por los muebles antiguos y las paredes de madera.

—No han cambiado mucho las cosas; envejecer, descansar, ya sabes—Respondió distraídamente, abriendo una puerta para dejarme pasar antes que él.

—Sí, supongo que ya sé—Hice una mueca al entrar, encontrándome con dos figuras avejentadas dentro.

La abuela estaba en el sofá más grande, sentada de piernas cruzadas mientras leía; no lucía muy diferente a la última vez que la vi, aun llevaba el cabello teñido de café, los típicos trajes elegantes y un par más de arrugas en la piel. Y el abuelo... a él nunca lo había visto mucho, pero suponía que tampoco habría cambiado; seguía con sus gafas empastadas, su cabeza calva y sus trajes dignos de un presidente. Todo distante en su sillón particular con un periódico cubriéndole la mitad del torso y el rostro por completo.

Bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora