Capítulo XIII

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Hades

Desistí de ir por ella, debía darle espacio. Mejor dicho, debía encontrar las palabras para decirle lo que tengo atascado y no asustarla en el proceso.

Porque de algo estaba seguro, la quería a mi lado, la quería para mí. En tantos años, nadie jamás movilizó mi corazón como lo hizo ella con una simple mirada.

Salí de la sala del trono sin direcciona alguna, de todas formas, no tenía ganas de trabajar, muchos menos de estar con alguien, solo deseaba poder responder la pregunta que no dejaba mi mente.

¿Por qué me buscaba?

La pequeña diosa se había ido por órdenes de los arcángeles dejándome con la duda de saber porque había venido por mí y ni hablar de las malditas ganas de verla.

Necesitaba alejarme sin lugar a dudas, buscar algo de la tranquilidad que he perdido en los últimos días.

Y para mí mala suerte, estar a su alrededor me traía paz, lo comprobé el día que la visité.

—Hades, te estoy llamando – la voz de Perséfone detiene mis pasos. —¿En qué tanto piensas?

La fría mirada de la diosa de la primavera me recorre reviviendo el por qué la elegí siglos atrás. La culpa me surge al verla y siento lastimarla de esta manera, pero las cosas entre nosotros se volvieron una rutina desde hace siglos.

—No te escuche.

—Te vengo llamando desde que saliste de la sala del trono – me informa. —¿Cómo puede ser que me ignores de esta manera?

—¿Qué quieres? – cuestiono.

Intento que no se me note, pero es imposible. Estar hablando con ella solo demora lo inevitable. Mi mente me exige una sola cosa y es volver a ver a la pequeña diosa.

—Nada señor – responde haciendo una reverencia. —Lamento que mi presencia lo moleste.

Me golpeo mentalmente cuando lo que suelta me afecta más de lo que quiero reconocer. No entiendo estas ganas terribles de dejar atrás todo por tan solo estar con la pequeña diosa.

—Lo lamento – la detengo del brazo. —Debo trabajar ¿me esperas para cenar?

Los ojos se le iluminan y me siento peor por mentirle.

—Claro.

Dejo un beso en su mejilla antes de dirigirme a mi lugar preferido de todo el inframundo, el rio de los lamentos.

Las aguas negras se mantenían calmas mientras veía a los seres bastos e hipócritas pasar por ellas, los cuales seguían suplicando perdón, incapaces de asumir sus errores o culpas.

Suspiro cansado al notar el aura que comienza a formarse en el lugar.

No pueden dejarme en paz.

—Mi rey - saludo Anubis tomando lugar a mi derecha.

Anubis, al igual que Adrish, es un heraldo de la muerte. Es el tercer encargado del inframundo y alguien en quien confío seriamente. 

—¿Qué te trae por aquí? - pregunto. 

Es raro verlo deambular por el lugar ya que jamás deja su puesto de trabajo.

—Han llegado mensajeros del olimpo en su ausencia.  —dice. —Según lo que dijeron, sus hermanos están pidiendo verlo.

—¿Dijieron algo más?

—No mi rey.

¿Qué mierda querían ahora? 

Hace años que no piso el Olimpo ya que de eso se encarga Perséfone. La diosa de la primavera es la encargada de las cuestiones diplomáticas en mi lugar.

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