Capítulo XVIII

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Hela

Existen momentos que nos marcan, nos cambian y nos hacen renacer. La muerte es uno de esos momentos.

Crecemos sabiendo que la culminación de la existencia nos tocara a todos pero  nadie está listo para hacerle frente cuando te es arrebatada sin piedad ni consideración.

Yo no estaba lista. No estaba lista para perderlo.

—Li... Liam - grite.

Mis pies se movían por inercia mientras intentaba llegar hacia él. A lo lejos, sus ojos me buscaron antes de caer al suelo y sentí miedo.

Un miedo que jamás sentido antes.

Corrí.

Corrí lo más rápido que mis piernas me dejaban.

Van a quitártelo.

Las manos me temblaban mientras me iba acercando al cuerpo de una de las personas más importantes en mi vida. Su rostro estaba pálido por la pérdida de sangre.

Sus ojos, desorientados y perdidos se volvieron a centrar en mi cuando dije su nombre.

—Liam.

Me deje caer de rodillas a su lado ignorando el caos detrás de mí. No existía nada más importante en estos momentos. Mis manos fueron a parar a la herida que no dejaba de brotar sangre intentando pararla de alguna manera.

No funcionaba.

—R... Ro... Rojita – habló.

Su voz sonó débil casi sin vida mientras me dedicaba una sonrisa.

—Shh, no hables por favor – le rogué.

Las lágrimas empezaron a salir con más fuerza presa de la desesperación que perderlo me generaba.

—No llores por favor – pidio. Intento mover sus manos, pero le fue imposible. —Te amo rojita, no lo olvides, siempre lo he hecho.

Lo abracé apretándolo a mi cuerpo. Su sangre comenzó a mancharme la ropa.
Me dedico una última mirada, volvió a sonreírme como solía hacerlo en el pasado y sus ojos dejaron de brillar desgarrándome el alma.

Se había ido.

Lo habían matado.

Habían matado a mi primer amor y a una de mis personas favoritas en el mundo. Lo contemple una vez más. A pesar de apagarse, seguía siendo él.

Liam, mi Liam.

Una parte de mí mundo.

No quería dejar su cuerpo en el frio suelo, pero la ira me recorrido cada parte de mí. Temblé presa de la rabia, del rencor y de la tristeza.

Miles de recuerdos comenzaron a venirme a la mente. La primera vez que lo había visto, las veces que me cuido cuando enfermaba o alguien me lastimaba.

Nuestro primer beso, sus risas, sus caricias, sus abrazos, los chistes malos que no se cansaba de contar.

Cada recuerdo fue una puñalada al corazón.

Levante los ojos analizando a mi alrededor.

Las sombras y los demonios seguían atacándonos, habían llegado de sorpresa agarrándonos con la guardia baja. Muchos guardianes y algunos semidioses habían caído bajo sus espadas.

Y era mi culpa.

Las fuerzas infernales del dios del inframundo nos habían atacado por mi culpa. No había otra culpable que yo. Yo lo había traído a nuestro hogar, yo lo había dejado deambular libremente, yo le había abierto las puertas de mi casa y de mi alma.

HelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora