Prólogo

4.4K 248 56
                                    

El Olimpo

Miguel

¿Cómo se abandona aquello que más se ama?

Sinceramente no lo sabía. Y de saberlo, me negaba a llevarlo a cabo. Mi mente solo pensaba en poder sostenerla en brazos y protegerla del mundo.

No podía ni siquiera considerar la propuesta de su madre.

—¡Detente Miguel! – pide. Mis ojos se centran en la bella y joven diosa, quien intenta levantarse lo más rápido que su condición la dejaba. —¡No puedes comenzar una guerra!

Cada palabra que ella soltaba, me sumergía más en la bruma. 

¿Cómo mi pequeña podría generar una guerra? 

—¿Qué me detenga? – respondo.

Mi enojo es evidente y por más que no quiero, termino desquitándome con ella. No me atrevo ni siquiera a mirarla, de hacerlo, caería nuevamente ante su belleza. 

Una belleza sin límites, creada para someter a cualquiera. 

—¡Sabes que es lo mejor! Efesio puede cuidarla –afirma.

No puedo evitar reírme

—¿Efesio? tu hijo es un inútil - bufé ante tal ridiculez. —¡Yo puedo cuidarla! me la llevaré al cielo y la protegeré.

No tenía dudas sobre eso, protegería a mi hija, aunque eso me costase mi vida.

Me gire y el corazón se me estrujo al verla suspirar ante la fuerte puntada en el vientre. Estaba a punto de dar a luz a nuestra hija y era consciente de que tanto alboroto la ponía nerviosa.

—Siéntate, por favor. – pido.

Mi mano se entrelaza con la suya y una corriente eléctrica me recorre el cuerpo. A pesar de todo, la diosa del amor sigue despertando el deseo en mí.

—Se que puedes cuidarla – habla con ese amor que la caracteriza.

Me alejo dándole vueltas una y otra vez a sus palabras, una parte de mí, bien en el fondo, sabía que ella tenía razón. 

Lo imposible siempre ha causado revueltos, miedo, desesperación. Y lo que ella cargaba dentro, era algo jamás pensado. Jamás visto

—Puedo mandarla al mundo mortal, con Persio. – hablo. Su voz sonó tan dulcemente. —Él podrá protegerla Miguel, sabes que si se queda acá es peligroso para su vida, lo mismo si va al cielo, la verán como una amenaza.

Guardé silencio a unos pasos de la puerta. Podía sentir sus ojos sobre mí.

—¿Y qué me asegura que no la lastimara?

—Te doy mi palabra de que eso no sucederá, nuestra pequeña crecerá feliz, sin nosotros, pero alejada de todo esto.

Cerré los ojos, cansado.

Buscaba y buscaba otra alternativa, pero cada una de ellas resultaban en nada.

—¿Miguel?

Respondí a su llamado cayendo de rodillas frente a ella. Tome nuevamente sus manos dejando un casto beso en el dorso.

Afrodita me sonrió y mi corazón sangro, sangro por el gran amor que le tenía, por lo fuerte que era y por todo la desolación que nuestro error le traería a nuestra niña.

—¡Es mi hija, no puedo abandonarla, Afrodita! - suspiré cansado. Todo se me estaba saliendo de las manos. —¡Mi única hija!agregue lleno de frustración.

—¡No la estamos abandonando Miguel, la estamos protegiendo, no podemos hacerla pagar por nuestro error!

Y, por más que mi corazón gritaba no, sabía que ella estaba en lo correcto.

—¡Está bien! – me resigné. —Que crezca en el mundo mortal.

Conocía Puerto Príncipe, no era un feo lugar, era cálido y le iba a brindar a mi hija la protección necesaria. De todas formas, no iba a resignarme tan fácil, buscaría la manera de verla a como dé lugar.

—Gracias Miguel – respondió la diosa con un hilo de voz.

Los dolores estaban empeorando, lo que significaba que la pequeña nacería en minutos o quizás segundos. Podía sentir el aura de muchos dioses fuera, los cuales aguardaban el parto.

Entre ellos, Zeus y Ares.

—Es mejor que me vaya - informo caminando hacía la puerta.

No era sorpresa que odiaba estar en este lugar, solo venía por ella y, además, ya había pasado demasiado tiempo lejos de mi hogar.

Tenía muchas explicaciones que darles a mis hermanos y, por, sobre todo, a mi señor.

—¿No te vas a quedar a conocerla? – la pregunta me tomo por sorpresa.

Mi alma gritaba a gritos que me quedase, que estuviera aquí. Y nada deseaba más que sostener su mano y que no pasara por esto solo, pero no podía.

—No podría dejarla ir si me quedo- fui totalmente sincero. De hacer tal cosa, agarraría a mi hija y huiría con ella. — Llámala Hela – pedi.

Las lágrimas caían por mi rostro mientras abandonaba el olimpo. No podía soportar dejarlas atrás.

No estaba convencido de lo que habían decidido, me sentía culpable; pero también tenía que tener en cuenta que como arcángel mi deber era mantener y proteger la paz en los cuatros mundo.

Mi lugar es en los cielos, junto al ejército del Dios Mortal.

Hela, aquella pequeña que crecía en el vientre de su madre y estaba a punto de ver el mundo, sería una amenaza para aquellos que codiciaban el poder. 

La primera hija, en la historia del universo, entre un arcángel y una diosa no podría traer nada bueno.

¿O sí?

HelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora