Capítulo XXVI

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Hades

La oscuridad que llevo dentro nunca había ardido tanto como ahora. Ir a Puerto Príncipe no fue como esperaba. Verla en ese estado, con esas lastimaduras casi me hizo perder la cordura.

No podían tratarla así.

Me controle simplemente porque no deseaba ponerla en bocas de todos. Ese maldito lugar era importante y no me podía permitir que lo pierda por mi culpa. 

—¡Yo no puedo creer que hayas ido a amenazar al arcángel! – afirma Adrish.

Lo ignoro. No ha dejado de quejarse durante todo el camino de vuelta dándome jaqueca. 

Eso no es lo importante.

—¡No fui a amenazar! – afirmé. Eso no fue lo que hice. —Solo me defendí de sus acusaciones ridículas. 

No fue una amenaza más bien una advertencia, no iba a dejar que unos simples ángeles me pasaran por encima.

Ellos fueron los que tuvieron la osadía de amenazar al dios del inframundo, tanto se quejaban de mis hermanos, pero actúan tan arrogantes como ellos.

—Pues qué lástima porque si sonó como una amenaza – dijo haciéndome reír. 

Adrish tenía eso. Podía sacarme del filo de la oscuridad.

—¿Por qué mejor no hablamos del hijo de Eros? – propongo.

No tenía ganas de seguir pensando en Miguel ni en sus hermanos. Ni mucho menos en los míos.

Encontrar al hijo de Eros me sorprendió más de lo que puedo admitir. Sabía de su existencia más no sabía que lo habían escondido ahí.

—¿Qué hay con él? – cuestiona.

Y a veces no se si es o si se hace el idiota. 

—Pues nada, solo el hecho de que no sabía que vivía ahí.

—No me sorprende.

—¿Por qué?

—Le temen - dijo simplemente. —Por eso lo apartaron de su hogar, por eso lo ocultaron.

Tenía un punto y demasiada razón si lo pensaba desde mi perspectiva. Estaba seguro de que no me había equivocado. Conocía y recordaba el aura de Eros. Nadie podía manipular el fuego como él, por eso había sido mi primer comandante. 

Él chico no solo se le parecía físicamente; su aura era casi idéntica. Era su hijo.

—¿Qué harás al respecto? 

—Nada.

—¿Cómo que nada? - se queja. —Pertenece al inframundo.

—No voy a hacer nada porque vendrá a mí.

Estaba seguro de eso.

—Mi señor.

Anubis nos recibe cuando llegamos a las Puertas Rojas. 

—¿Alguna noticia? – indago.

Niega.

—Voy a dar una vuelta por el purgatorio - mencionó. — ¿Quieres venir? 

—No gracias, me quedo.

Asiento dejándolos solos.

Me dispongo a rexorrer el camino hasta el purgatorio encontrándome nuevamente con el pequeño de pelo oscuro como la mismísima tempestad. 

Estaba a orillas del río de los lamentos perdido en sus propios pensamientos.

—No te esperaba tan pronto por acá.

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