Capítulo XXI (Parte II)

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Hades

El inframundo era un caos. Muchos demonios pertenecientes a las filas habían caído en el ataque al campamento y los que habían logrado escapar solo decían incoherencias.

Intentó mantener la ira a raya mientras buscaba alguna explicación lógica para su falta de respeto.

Agoth fue el primero en hablar.

—Ell… Ella gritó - murmuraba. —Sus ojos se pusieron rojos y todos se hincaron a sus pies.

Arqueé una ceja. 

—¿De qué estás hablando? – cuestione.

No era el único. Anubis y Adrish estaban tan confundidos por las afirmaciones como yo.

—Agoth no miente mi señor – intervino Liha, una demonio que había logrado escapar. —Sus ojos eran como los suyos, rojos fuego. 

¿Ojos rojos? 

Jamás había escuchado de la existencia de algún ser con esas cualidades aparte del sabueso y yo.

Era algo imposible. Algo impensable. Los únicos seres poseedores de tal poder son aquellos con linaje directo al inframundo.

—No mentimos, señor - volvió a hablar. —Ella gritó, sus ojos ardieron y mató a todos.

—¿Cómo era ella? - cuestiono Adirsh.

La descripción que daban solo me hacía pensar en una persona, mi pequeña diosa.

¿Podría ser ella? 

¿Cuál era la magnitud de sus poderes? 

¿Qué tanto la beneficiaba ser hija de un arcángel y una diosa de primer rango? 

Aunque toda sospecha queda atrás al recordar los zafiros que se carga. No era ella, es imposible. No existe nadie más así.

—Rogamos su perdón, señor.

Los miré fríamente.

Eran míos y aun así, fueron en mi contra. Podría habernos perdonado con facilidad si las cosas hubieran sido distintas pero para su mala suerte, lastimaron a quien no debían.

—Ambos están condenados al purgatorio, se los destituye de sus cargos, como a todo aquel que marchó sin mis órdenes – decrete.

No se opusieron ante su condena.

Agoth era un buen soldado a la hora de entrenar y dirigir. Su exilio era una pérdida, pero no podía permitir que estas cosas sucedieran.

No podía dejar que se dudara de mi poder. 

El inframundo me pertenecía, nadie más que yo podía tomar decisiones de esa índole. 

Mucho menos podían pensar en lastimarla. Nadie podía tocarla. 

Anubis se los llevaba. 

—¡El arcángel Miguel dejó el cielo! – exclama Adrish. 

No puedo evitar sorprenderme.

—¿Cómo?

—Está con ella en estos momentos.

No hacía falta que le pregunté cómo lo sabía ya que suponía que era por la conexión mental que compartía con mi pequeña diosa.

Lo que sí me sorprendía era el hecho de que el arcángel dejase los cielos después de tantos años. 

—Sigan trabajando, qué los soldados se empiecen a preparar por si hay represalias – ordenó.

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