Capítulo XX

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200 años antes, el Olimpo

Miguel

Las órdenes que recibí fueron claras. Debía permanecer en el Olimpo hasta que los cuatros reinos aceptaran los acuerdos de paz.

A simple vista, era una tarea fácil. La realidad era que la odiaba completamente. Pero jamás iría en contra de las órdenes de mi señor..

De todas maneras, detestaba convivir con los seres que vivían entre estas paredes al punto de que si no fuera por Uriel, enloquecería.

—Daré una vuelta - aviso.

—¿Quieres que te acompañe?

Niego.

—Sigue redactando eso.

Uriel vuelve a lo suyo rápidamente por lo que opto por dejar la habitación. 

El Olimpo tiene un solo lugar que no me disgusta. Un hermoso paraíso natural dentro de sus muros. Algo único y majestuoso. Un jardín con pastos tan verdes como las esmeraldas, con una fuente de agua cristalina adornada con una imponente cascada.

Un lugar donde se respiraba tranquilidad. Un lugar para estar en soledad, o eso creía hasta ahora.

Mis ojos se abrieron enormemente al ver emerger de las aguas a aquella figura femenina. Sus rojizos cabellos se le pegaban a la espalda al igual que el tul blanco que la cubría.

Intenté apartar la mirada pero me fue imposible. Y entonces, ella se giró. La reconocí enseguida, era Afrodita, diosa del amor.

Nuestras miradas se encontraron a la distancia encendiendo la llama que luego nos quemaría en el futuro. No era la primera vez que llamaba mi atención. Había logrado romper mi muro en el pasado pero hoy, lo derribó por completo.

Se sorprendió al verme. Su rostro se tornó rojizo al darse cuenta de su aspecto. Se apresuró a salir del agua y tomar la tela que descansaba en una orilla. 

Me apresuré a llegar a ella, tomándola en su lugar. Sabía que estaba mal, que debía haberme ido al momento en que la vi, pero algo dentro mío gritaba por qué me quedara, porque la ayudará a cubrirse.

—Arcángel – saludo.

Estaba frente a mi. No pude dejar de mirarla. Mis ojos estaban fijos en ella. Su dulce voz se coló por mis oídos hipnotizándome un poco más.

Era hermosa. 

 —Diosa Afrodita - le devolví el saludo.

Una palabra jamás describió mejor a un ser viviente como la palabra diosa a ella. 

Y es que todo en ella gritaba pecado y placer.

Había podido admirar muchas bellezas a lo largo de toda mi existencia, pero la de esta mujer era sin igual.

La diosa del amor le hacía honor a su rango.

—Lamento interrumpir - hable. —No sabía que había alguien.

Muy en el fondo, no lamentaba un carajo.

—Me gusta bañarme aquí, el agua es exquisita – confesó..

Y hubo algo en su última palabra que mandó una electricidad a mi cuerpo.

¿Qué demonios estaba haciendo?

—Lamento molestarte.

Me alejé de ella unos metros. Me miro confundida. Tanto o igual que yo.

Si alguien nos viera…

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