Capítulo XXII

570 72 10
                                    

Hades

Quería ir con ella. Pero debía estar acá o por lo menos así fue en las primeras horas del ataque.

Por suerte, todo estaba volviendo a la normalidad si es que tal cosa puede existir. Los guerreros seguían con sus entrenamientos mientras que Anubis redoblaba la seguridad. 

No era idiota. Sabía cómo eran mis hermanos, compartía mucho más que sangre con ellos.

—Pueden descansar - ordene.

Los demonios asintieron y se dispersaron rápidamente. No quería agotarlos ni exigirles más de lo que ya demostraban.

—Daré una vuelta.

Adrish asiente.

El camino está más desolado que de costumbre. El río de los lamentos se alza ante mis ojos, tan majestuoso como siempre. Lo detallo por unos segundos deteniendo mis ojos en el joven sentado en la orilla, tan distinto a su padre 

Una sonrisa se instala en mi rostro. 

—¿Qué están planeando? –pregunté ubicándome a su lado.

No me mira.

—El dios de la guerra está convenciendo a Zeus de mover sus tropas, fueron muchos los caídos.

Maldito infeliz.

—¿Cuándo planean atacar? 

—Durante la firma de los acuerdos – se gira. —Hay algo que no me cierra, siento que hay algo más.

—¿A qué te refieres?

—Yo solo… - guarda silencio. —No lo sé, papá está actuando raro.

—¡Voy a estar alerta!

Me levanto despidiéndome de él. Quiero dar una vuelta por el purgatorio antes de quedarme completamente tranquilo de que todo está bien.

—Hades ¿ella está bien? – pregunta.

La preocupación en su voz era notable y lo entendía, la pequeña diosa generaba eso.

Asentí dándole tranquilidad. El pobre lo merecía. No era malo, estaba muy lejos de serlo.

Volví a la sala del trono después de comprobar el purgatorio y gracias al sabueso pude saber el momento exacto en el que los celestiales abandonaron el campamento.

No lo dude y fui en búsqueda de mi pequeña diosa. Lo que encontré me destrozó en mil pedazos. 

A diferencia de otras veces el ambiente de la casa destilaba tristeza y angustia. Me sorprendía que después del ataque no hayan aumentado la seguridad.

Ella estaba mirando por la ventana, llevaba un vestido largo y el pelo suelto, pude ver cómo le corrían lágrimas por los cachetes.

La rabia surgió en mi. Ella no merecía eso.

—Pequeña diosa - la llame.

Corte el silencio que reinaba en el lugar. Ella se dio vuelta al escucharme conectando nuestras miradas.

—¡Hades! – hablo con un hilo de voz.

Se la veía destruida. Sus ojos estaban rojos y su aura era una mezcla de tristeza y dolor. Me acerqué a ella dudoso. No sé veía enojado conmigo pero su reacción me aterraba.

Sabía que me culparía. Todos lo hacían. Y ni me importaba en realidad, me tenían sin cuidado. Pero ella, de ella no podría soportarlo.

—¡Lamento tanto lo que sucedió pequeña diosa! - afirme. Lo hacía de cierta manera. —Juro que no tuve nada que ver.

HelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora