Capítulo XXXIX

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Hades

Las manos me tiemblan mientras tomo la nota y no tengo palabras para describir lo que mis ojos ven. La diosa del amor llora desesperadamente mientras se aferra al cuerpo frío de su hijo.

Verlo ahí tendido me destroza más de lo que estaba.

Los recuerdos de un Ercles de cinco años chocando conmigo en los pasillos del Olimpo me hacen retroceder. Prácticamente lo vi crecer, aprendí tanto de él como de mí.

—Hermano despierta – escucho a Efesio pedirle como si eso cambiara el hecho de que está muerto.

Mi cabeza comienza a trabajar sin piedad y el simple hecho de pensar que mi hermano no tuvo consideración con su propio hijo deja sin esperanzas que la pequeña diosa esté bien.

Han sido muchos meses sin resultados, sin noticias de ella, sinceramente ya no sé qué más hacer, he destruido a cada uno de sus hombres, lo he buscado sin parar y he acabado con todo lo que se me interponía.

Y mi pequeña diosa no aparece, como si la tierra se la hubiese tragado.

Estudió detalladamente las palabras del pedazo de papel y de un momento a otro todo se presenta claro, las piezas se unen y terminó dando la orden de que se reúnan a todos los demonios.

Ayudó al dios Dionisio a poner el cuerpo sobre una manta y pido que preparen su despedida en el río de los lamentos. Ese era su lugar preferido en todo el inframundo.

—¿Te has vuelto completamente demente? – escucho al sabueso preguntarme mientras ingresa en la sala del trono seguido por Anubis, quien por lo visto ya le fue con el chisme.

Ignoro por uno momento el cuerpo de mi sobrino y me centro en él.

—¡Es la pista más certera que tenemos, no podemos perderla! – alego.

No puedo dejar pasar la oportunidad de llegar a ella, no después de esto. Sé que son muchas las cosas en juego, pero no puedo permitir que siga un segundo más con él.

—¿Pretendes mover todos los demonios del inframundo solo por una carta que dice "está en el norte"?

Asiento. Eso es justamente lo que pienso hacer.

—¿Acaso no estás viendo lo que le hizo a su propio hijo? – le señalo el cuerpo lastimado que pasó por alto, pero ni se inmuta.

—Mi señor disculpe, entiendo su postura, pero Adrish tiene razón, no puede dejar el inframundo sin protección – habla el transportador.

No los entiendo, ambos querían que retome mis funciones como regente, pero se quejan por mis órdenes.

—Qué disculpe, ni disculpe, estás loco si piensas que voy a dejar que saques a todos – se impone.

Me voy encima cansado de su actitud.

No estoy para sus reclamos, ni mucho menos les estoy pidiendo su aprobación en algo que ya decidí. Me niego a pensar que tanto poder les nubló el buen juicio al punto de olvidarse quién es el verdadero rey.

—¿Quién crees que eres sabueso? - cuestiono. —¿Cómo osas darme órdenes?

—Justamente eso que dices, soy tu maldito sabueso y mano derecha – se zafa y es ahora él quien me agarra. —Entiendo, te juro que entiendo mejor que nadie que quieras buscarla – hay algo en sus palabras que me tranquiliza y deja nuevamente en claro quién es el de la cabeza fría. —Pero también tenes que entendernos a nosotros, qué va a pasar si no podemos contener a las almas, ahí amenaza de fuga, con todas las muertes ya no cabe ni un alma y vos estas de imbécil queriendo hacer idioteces.

—No puedo volver a perderla.

Mi voz suena demasiado débil y por primera vez en mi existencia lloro. Las gotas saladas comienzan a bajar de mis ojos obligándome a aferrarme a Adrish.

Me sostiene y se lo agradezco.

Es la primera vez que siento que no puedo más, la necesito.

—Miguel ya movió todas sus tropas hacía donde dice la carta – me aparta. —Pensemos una estrategia que no ponga a nadie en peligro.

Lo escucho y solo me alejo. Busco apoyo en la columna más cercana. Estoy al punto del colapso, no solo mental sino también físico.

¿Quién diría que el ser oscuro que todos repudian estaría así?

Mi mente vuelve una y otras evocando nuestros encuentros. Sus ojos zafiros vuelven a brillar al mirarme. Su hermosa sonrisa cava hasta mi alma. Sus besos y el toque caliente de su piel me enloquecen al punto de querer volver a sentirlos.

—¡Hades debes calmarte si pretendes liderar la búsqueda esta vez!

Sé que tiene razón, pero me es imposible.

—Hela es fuerte, puedo jurarles que está bien ¿No es así Rae? – habla su amigo mientras que el hijo de Eros asiente rápidamente.

Que suertuda mi pequeña diosa al tenerlos.

—Anubis y yo nos quedaremos, tenemos dos fuertes que cubrir y los demonios que quedan son limitados – asiento.

Me hubiera gustado que el sabueso vaya conmigo, pero, aunque no me crea lo entiendo, sé para qué fue creado y lo importante que eso es para él.

Las tropas vuelven a salir del inframundo, estamos en desventaja por lo que apresuramos el viaje. No dormimos y tratamos de detenernos lo menos posible.

Llegamos al norte después de cinco largos días y la imagen que encontramos no me gusta para nada. La aldea está bajo llamas, todas las casas están destruidas y la mayoría de las personas muertas.

—Revisen todo, encuéntrala, tiene que estar acá – ordenó.

—Es inútil, no hay rastros de ella por ningún lado – Miguel se para a mi lado, se ve tan afligido como a mí. —Las tropas de Ares estaban en el lugar, logramos terminar con muchos, pero de un momento a otro todos se fueron.

Maldigo el haber llegado tarde nuevamente.

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