Capítulo XXXIV

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Hades

Los días siguen pasando. Intentó bloquear la frustración que me da el no saber de ella y el no saber lo que está viviendo en manos de ese desgraciado.

—Rae volverá a salir - informa Adrish. —Los soldados de Miguel regresaron hace unos minutos.

Asiento.

Lo único bueno es que con la ayuda del arcángel las búsquedas se han organizado. Las tropas trabajan juntas, en grupo, logrando que los soldados descansen y se recuperen entre un recorrido y otro.

—Deberías ver a Perséfone - vuelve a hablar. —Me preocupa su estado.

A mí también me preocupa. Recorro el mismo pasillo de todos los días y la imagen me sigue doliendo al reparar a la diosa.

Perséfone sigue en la misma posición de hace dos días. No come, no habla y mucho menos sale de esa maldita habitación. Se ha negado a que los demonios quiten los restos de sangre alegando que no se quiere separar de su hijo.

Mi dolor es tan grande como el de ella y nada quisiera más que poder sobrellevarlo juntos a pesar de que no queden rastros del amor que nos tuvimos. Nada quita el hecho de que fuimos uno por siglos.

—Perséfone - la llamó.

Me ignora como los demás días.

—Debes comer.

—Déjame sola - pide.

Cumplo su pedido. No quiero sumarle discusiones a su duelo. Ella es fuerte. Se que se repondrá de lo que sucedió en cualquier momento.

—Limpien la habitación - ordenó cuando salgo.

Los demonios se miran pero no son capaces de ir en contra de mis órdenes. Se que necesita tiempo pero también necesita ayuda y la sangre sobre la cama no le hace bien. Se tortura a sí misma viéndola una y otra vez.

Me dirijo hacia las puertas rojas donde se percatan de mi presencia enseguida.

—Señor - saluda Anubis.

—¿Cómo va todo?

El inframundo ya no es un caos, pero parece todo menos un lugar en donde se condenan almas. Anubis no da abasto entre el cuidado de las puertas y el purgatorio. Es mi culpa, en realidad. Mi mente no me deja hacerme cargo de mis funciones.

—Todo está en orden, como me lo pidió.

—Mantenme informado de cualquier cosa.

—Sí señor.

No sé qué hacer por lo que vuelvo a la sala del trono. Quisiera estar buscándola pero me niego a dejar el inframundo y que sufra otro ataque. Rae y Adrish son quienes siguen persiguiendo al idiota de mi hermano, pero a pesar del esfuerzo conjunto no han dado con él.

Su aura desapareció, es como si no existiera.

—¿Dónde está tu hermano? – indagó al percatarme de la presencia del primer hijo de Afrodita.

Se limita a mirarme. He pasado por alto el hecho de que camina en mi reino como si esta fuese su casa. Él y su patética familia. La madre de mi pequeña diosa, el dios Dionisio y Efesio parece que también vinieron para no irse.

—¡No tengo idea! – responde.

La ausencia de Ercles me sorprende ya que creía que sería el primero en buscarla. Nunca tuve dudas del amor que sentía por su hermana. Siempre demostró preocupación por ella y unas ganas de protegerla del mundo.

Avanzó hasta ocupar mi sitio. Necesito nutrirme de la energía que me brinda el lugar. No puedo desgastarme físicamente demasiado ya tengo con mi mente.

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