Capítulo XXX

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Cuatro días antes

Hades

Deje de ser yo mismo desde que me enteré que se la llevaron, desde que supe que la apartaron de mi lado, desde que supe que su vida corría peligro.

¿Dónde estás pequeña diosa?

¿Qué te hicieron?

Las preguntas que no puedo responder me atosigan y el pecho me arde por el dolor que me genera su ausencia, el no haberla protegido me pesa demasiado. A mí, quién ha matado, torturado y condenado almas por siglos.

—¿Novedades?

—Lo siento señor - habla mi comandante. —No la hemos encontrado.

Golpeo la pared en el momento justo en que su boca se cierra. Se inca cuando mis ojos brillan rojos. Me desespera lo inútil que se volvieron en un abrir y cerrar de ojos.

—Estamos haciendo todo lo posible.

Como si eso fuese justificación suficiente. No me alcanza. Necesito que hagan hasta lo imposible pero que la regresen a mi lado.

—Salgan - ordena una tercera voz.

Ni siquiera lo miro. Adrish no deja de culparme recordando cada vez que puede que fue mi error por traerte y una parte de mí sabe que tiene razón. Fue mi culpa. Hela estaba en este mugroso lugar por mi culpa.

—Saldré en la próxima ronda - informa Rae.

El hijo de Eros está igual o peor que yo. Luego de irse al campamento a avisarle a sus amigos de lo que pasó, volvió y me exigió el lugar que le había prometido. Se lo di sin dudarlo, desde entonces es quien comanda las tropas en su búsqueda.

Es un buen comandante igual que su padre. Aunque desearía que las cosas fueran de otra manera.

—Ella puede saber algo - suelta.

Adrish le pide que cierre la boca pero comparto ese pensamiento. Ha pasado un día y seguimos sin noticias de ella. El inframundo es un caos de demonios corriendo de aquí para allá, siguiendo todos una misma orden, encontrar a mi pequeña diosa.

Aunque nada parece funcionar.

Recorro los pasillos del inframundo en busca de la única persona que puede darme respuestas antes de caer en la locura. Mi padre se reiría de mí si me viese en estos momentos. El dios del inframundo desesperado, atado de manos y pies, con una espada a punto de cortarle la cabeza.

Abro la puerta azotándola por la fuerza que ejerzo. Mis ojos detallan el cuerpo que reposa en la cama. Sus ojos brillan de miedo pero me importa poco lo que sienta. No es un ser inocente, nunca lo fue.

—Es la última vez que te lo pregunto Perséfone ¿dónde está la hija del arcángel?

—Ya te dije miles de veces que no tuve nada que ver – su llanto ya me cansa. —No haría nada que pusiera en peligro a mi bebe, aquel que deseamos por años, lástima que ya no seamos importantes en tu vida.

—¡Deja de decir idioteces!

Me molesta que siempre diga lo mismo, si mi hijo no me importara ya la hubiese torturado hace horas. Sin embargo, está cómodamente entre estas paredes, encerrada pero protegida.

—¿Idioteces? – se ríe. —No dudaste ni un segundo en irte con ella, tirar todo lo que teníamos. Fueron décadas Hades, décadas, sé que el ataque al campamento fue un error y pagué por él, pero esta vez no hice nada, no sé dónde está ni qué le pasó.

HelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora