Capítulo XXXVII

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Hades

Discutir con Perséfone solo le sumaba más cargas a mi espalda. No podía ni siquiera defenderme de lo que me acusaba ya que era todo verdad.

Fui yo quien la traicionó y por estar buscando a Hela habían matado a nuestro hijo. Por más que le pedí de miles de formas que se quedara en el inframundo terminó por irse al Olimpo con sus padres.

Por lo menos allí estaría más tranquila.

Me dispuse a dar una vuelta por el purgatorio y controlar la situación. Los demonios me habían informado que había posibles fugas de almas y eso no podía suceder. No me sorprendió encontrarme con el sabueso, tenía que reconocer que últimamente él y Anubis lograban que el lugar no se venga abajo.

Había descontrolado mis labores como regente del inframundo demasiado, por más que no me detendría en encontrarla no podía seguir de esta manera.

—¿Son ideas mías o el pequeño dios te tiene tirando baba? – hablo ubicándome a su lado.

Mi llegada lo sorprende e intenta ignorar mi pregunta haciéndome creer que no pasa nada, pero yo sí sé que pasa. Estos últimos días andan juntos en cada minuto libre que tiene y la forma en la que lo defendió en el comedor confirmó mis sospechas.

Mi sabueso se estaba enamorando.

—¡Está bien si él te gusta! - intento razonar con él.

—Deja de inventar cosas y ponte a trabajar Hades – se enoja.

—¿Por qué no quieres reconocer que el dios te gusta?

—Los sentimientos son una distracción, viste como estas vos por culpa de la desaparición de Hela – sus palabras son crueles pero sabias, como siempre. —Los seres como yo no pueden amar ya que tienen un propósito al cual servirle.

—No estoy de acuerdo con eso, se enamoró Miguel, aunque lo tenía prohibido y hasta me enamore yo, un ser lleno de oscuridad, hace mucho dejé de creer que el amor no era para nosotros.

—¿Y qué les trajo enamorarse? ¿Qué les trajo a los reinos? Exacto odio, venganza, sufrimiento y caos – suelta

Y no logro comprender su forma de actuar. Jamás me imaginé verlo de esa manera. Deja lo que está haciendo y se encamina a la salida. Lo observo pero no me contengo.

—Dale una oportunidad y te vas a dar cuenta que todo el caos lo vale.

Se va sin responderme y me quedo terminando lo que empezó.

Ecresio

El inframundo no estaba tan mal después de todo, era mucho más divertido que el campamento. Excepto por los demonios esos daban miedo aunque deseaba que Hela y Hana estuvieran aquí.

Mis días eran bastante aburridos, solo ayudaba en lo que me pedían. Pasaba tiempo con el sabueso y entrenaba. Rae, cuando no estaba organizando cosas. La mayoría del tiempo salía con sus soldados temprano y volvía en la noche. Eran pocas las veces en la que pasábamos el rato juntos.

—¿Qué estás haciendo Ecresio?

La voz de Adrish me asustó, aún no me acostumbraba a que se apareciera de la nada.

—Oh nada, solo pasaba el rato – menti.

Había llegado al río por casualidad, pero me daba pena reconocer que me había vuelto a perder.

—Claro – se rió claramente sabiendo de mi mentira, pero no dijo nada, solo se sentó a un costado y miró las aguas negras correr. —¿Sabes cómo se llama el río?

Niego ya que no tengo ni idea, nunca prestaba atención en clase, siempre me copiaba de Rae.

—Su nombre es Lete o más conocido como el río del olvido, las almas que superan su purgatorio vienen a beber de sus aguas para así lograr reencarnar sin tener recuerdos de su vida pasada.

—Que fascinante, no lo sabía.

—Hay mucho que puedes aprender, la biblioteca te puede ayudar.

—Me aburre leer – le confieso. —Pero puedes enseñarme vos.

Me acerco lo más que puedo, había algo en él que me llamaba la atención. Cuando lo conocí creí que era malo y frío, pero resultó todo lo contrario. Era divertido, inquieto y muy amoroso. Sin mencionar que tenía una belleza sobrenatural.

Su silencio me recordó viejas épocas en donde me humillaban y rechazaban de la peor manera. Agache la cabeza arrepintiéndome por la insinuación.

—Está bien, yo puedo enseñarte, solo que con mis tiempos – dice y no puedo evitar sonreírle y abrazarlo, mi corazón late cuando me corresponde.

Un remolino de fuego se crea en el lugar y me aparto tomando lo primero que encuentro para defenderme, me relajo al ver que es Anubis.

Menudo susto me hizo llevar sin hablar de lo inapropiado.

—¿Qué pasa? – le pregunta el sabueso.

—¡Tenemos problemas! – dice y ambos se esfuman como humo, dejándome solo.

¿Cómo corno volvía al inframundo ahora?

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