Capítulo XXXII

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Hades

Conocía el lugar que menciono Ercles. Solíamos venir de niños con mi hermana. Por lo que sabía que sería una tarea sumamente complicada. El lago Gross es conocido por ser intransitable e impenetrable.

La enorme masa de agua está rodeada por una espesa niebla y grandes rocas dificultando el paso. La caverna a la que teníamos que intentar llegar, yace en el nacimiento de lo que era un antiguo volcán el cual se ha mantenido inactivo hace siglos.

A pesar de las condiciones en contra, tanto celestiales como demonios están buscando de arriba abajo. Ambos bandos se habían unido con un propósito en común, encontrarla.

—No hay señales de Hela por ninguna parte.

Las palabras de Rae aumentan mi enojo al darme cuenta de que llegamos tarde.

—Vuelvan a buscar.

—Hades - se mete Adrish.

—¡Que vuelvan a buscar! - me desespero.

Los días siguen pasando y no hay señales de ella.

Cada pista, cada rastro se pierde como si el destino quiere que no la encontremos. Me niego a pensar que de verdad la mato. Ella está viva, tiene que estarlo, no puede abandonarme.

Las próximas horas arrojan los mismos resultados. Ella no aparece por ningún lado. En medio del desespero que me nubla el juicio veo a Adrish venir corriendo y presiento que no trae buenas noticias.

—Anubis acaba de contactarme - se estanca en el suelo abruptamente. —Ares atacó el inframundo y la diosa está herida.

El pulso se me detiene. La sola idea de que algo le haya pasado a mi hijo me desorienta peor de lo que estaba.

Maldito hijo de puta debí matarlo en el Olimpo.

—¡Reúne las tropas Rae, volvemos al inframundo! – ordeno y me desmaterializo sin esperar respuestas intentando llegar lo antes posible.

No puedo creer lo que dice. Jamás nadie se ha atrevido a atacar al inframundo. No tengo dudas de que mi hermano se enloqueció. La ira se me dispara, no entiendo cómo es que Zeus le permitía tal disparate.

Llegó y solo me limité a correr hacia la habitación ignorando los cuerpos tendidos de los demonios. Me ocuparía de ellos más tarde.

La puerta la rompo en un intento de llegar lo más rápido posible. La imagen que veo me desgarra el alma. Perséfone está en el suelo abrazada a sus piernas llorando mientras que la cama está cubierta de sangre.

—¡Es tu culpa maldito, por tu culpa mataron a mi hijo! – grita al verme.

Niego mientras me alejo. Sus ojos me miran con odio. La espalda choca contra la pared mientras centró la mirada en la enorme mancha de sangre. No puede ser verdad lo que escucho.

Maldito.

Salgo en busca de explicaciones que no me ayudan a manejar la culpa.

—La mayoría de los soldados estaban buscando a la hija del arcángel o con usted, intentamos luchar, pero al final caímos – las palabras de Anubis aumentan mi culpa.

—El dios de la guerra tenía claro a qué venía - agrega. —Venía por la diosa.

Vuelvo a la habitación encontrándome con la misma imagen.

—¡Sal de aquí! – me grita.

Y no hago más que hacerle caso. No sé qué decirle ni mucho menos que hacer para que se sienta mejor. No tengo cara para mirarla. No merezco mirarla en realidad. Sé que es mi culpa.

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