48.- Vacío.

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—¿Estarás bien? —inquiere Montserrat con preocupación—

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—¿Estarás bien? —inquiere Montserrat con preocupación—. No quiero irme sabiendo que puedes necesitarnos.

—Has estado demasiado tiempo aquí. —Le recuerdo—. Tienes tu vida en Londres, estaré bien.

—¿Lo prometes?

Sonrío.

—Prometo estar tan bien como pueda —ella golpea mi brazo. —Hablo en serio, no puedes quedarte en Portland para siempre. Los estudios de moda te necesitan.

El momento en donde mi hermana regresaba a Londres había llegado, poco más de dos meses había pasado en Portland y aunque ella insistía en que podía quedarse sin problema un poco más, yo sabía perfectamente que necesitaba continuar con su vida.

Todos teníamos que hacerlo.

—Además, aún estoy aquí para asegurarme que siga vivo —dice Caleb con una sonrisa—. Así que no te preocupes hermanita.

—Me preocupa dejarlos solos —confiesa con una mueca.

—No te preocupes tanto por nosotros ¿olvidas que somos los mayores?

Ella niega un par de veces antes de abrazarnos. Cuando nos despedimos, mi atención pasa a Hannah.

—Adiós preciosa —abro los brazos, ella se lanza hacia mí sonriendo y enseñándome los escasos dientes que posee.

—Adiós, tío —dice abrazándose a mi cuello.

—Pórtate bien ¿de acuerdo? Te visitaré pronto. —dejo un sonoro beso en una de sus mejillas antes de dejarla sobre el piso otra vez.

—Si necesitas cualquier cosa, no dudes en llamarnos —pide Jack. Sostiene al pequeño Teo en sus brazos, me acerco para observarlo por última vez antes de asentir.

—Gracias, estaré bien. De verdad.

Por los altavoces se escucha la llamada para abordar, ellos nos miran al tiempo que Montserrat vuelve a abrazarme.

—Prométeme que estarás bien —pide contra mi cuerpo.

No respondo de inmediato, envuelvo su cintura con mis brazos mientras me permito sentir la calidez del abrazo.

—Prometo que lo intentaré —susurro contra su oído.

Ella se aparta, parpadea con rapidez antes de asentir.

Intercambiamos algunas palabras y luego, permanecemos un par de minutos observando como ellos siguen el camino hacia la puerta de embarque. Cuando los perdemos de vista, volvemos hacia el auto.

Caleb conduce en completo silencio, había estado demasiado extraño desde esta mañana cuando recibió una llamada de papá. Cuando le cuestionamos el motivo, no dijo nada.

Así que cuando nos detenemos en un semáforo en rojo, me atrevo a preguntar.

—¿Qué pasa contigo? —inquiero.

Contra las cuerdas. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora