8- Derrumbe

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― Carajo, ¿y cómo te escapaste del gigante?

Gonzalo estaba paralizado al igual que Gael, escuchando la historia de Ariel y lo que había sucedido con Kellan Jansen, después de que Danisa cayera en el hospital.

― No me escapé — agregó —. Me golpeó tanto que también caí en el hospital y él fue a parar a la policía. Obviamente no presenté cargos en su contra.

― ¿Por qué no? ¡Él te golpeó!

― Sí, y yo contribuí a que su hermana rodara por las escaleras, su hermana, la misma con la que me había acostado y ahora estaba embarazada de un sacerdote ¿Te imaginas como iba a sonar eso en la prensa? ¿Lo que sucedería con nosotros?

― ¿Con ustedes o con Gerónimo Blake?

Indagó Gonzalo, quien sabía que Ariel sólo haría una obra de bien por una persona.

― Es lo mismo, y sí, él iba a ser el más afectado.

― ¿Alguna vez le dijiste lo que ocurrió?

― Nunca — explicó —. Cuando iba a venir aquí, intenté acercarme y contarle la verdad, pero, él no quiso verme. Uno de los voluntarios salió a mi encuentro y me dijo que él estaba ocupado, pero, que me deseaba suerte.

― ¿Cómo carajo vives así?

Fue Gonzalo quien preguntó, atento a la respuesta. Ariel se arregló el cabello mojado, observando que las lluvias se intensificaban.

― De seguro tú eres un gran hombre...

― Para nada — aclaró —. Pero tú historia no tiene parangón.

Ariel se puso de pie, el viento hacía flamear su camiseta mojada.

― Hay que moverse...

― ¿De qué hablas?

Preguntó Gael, y Ariel le señaló el río.

― Mira el caudal, está creciendo.

― Ariel, es imposible ir río abajo. Todo está inundado y hacia arriba puede sobrevenir un alud.

― Bueno, lo mismo vamos a quedar enterrados vivos, más aquí o más allá. No es la gran diferencia.

Gonzalo se puso de pie y los sostuvo de ambos brazos.

― Sabes que ese no es el único problema.

― Ya, hombre, que nos atrapen los rebeldes no hará la gran diferencia.

― ¿Sí? Dime eso cuando te violen hasta cansarse y te corten la lengua y el pene...

― Con respecto a lo último, deberían hacerlo. Me habría ahorrado muchísimos problemas.

― No es gracioso.

― Ay por Dios, Gonzalo. Para ti todo es seriedad.

― ¡Es que estamos en una situación terrible maldita sea! Dime, ¿quieres morir?

― ¡Sí!

Le gritó en la cara al otro médico, con los ojos cansados, agotado de esta pelea con el ambiente, con los demás, consigo mismo.

― Después de eso, sólo seré libre...

― No — respondió, Gael —. Lo que sea que lleves adentro, te perseguirá a donde vayas.

― No si muero...

Ariel le dio una sonrisa desquiciada, Gonzalo frunció el ceño y negó.

― ¿Estás loco?

― ¿Y recién te das cuenta imbécil? ¡Llevas meses conmigo!

El médico se acercó a él y lo abrazó. Ariel se quedó inmóvil.

― Ya, hombre, déjalo ir.... no puedes cambiar el pasado. Ni lo que le hiciste a Gerónimo o a Danisa o...

Ariel le dio un empujón, tan fuerte que el médico terminó en el suelo.

― ¡Gonzalo!

Gritó Gael, corriendo a levantarlo en medio de la tempestad más fuerte que hayan conocido.

― No necesito tus abrazos, ni tu aliento, sólo necesito a Gerónimo y eso... no lo puedo tener...

― Eres un bastardo tan egoísta — dijo Gonzalo —. Creyendo que eres el único que ha sufrido ¡Despierta imbécil! ¡Mira dónde estamos!

Gonzalo abrió los brazos, gritando con la voz rota y cansada.

― ¿Quieres dolor? Enfócate en cada persona enferma, abusada y sola a nuestro alrededor, en cada mujer, hombre o niño. Dime, ¿tienes derecho acaso a dejarte abatir? ¡No lo tienes!

Gael trataba de calmarlo, pero, el médico estaba fuera de sí mientras Ariel escuchaba.

― Estamos aquí para ayudar a estas personas, ni más ni menos. Ahora, ¡acomódate los huevos y sé un hombre por una puta vez en tu vida!

Gonzalo pasó a su lado y fue hacia la gente quien estaba acurrucada y se brindaba protección a pasos de ellos. Ariel observó a ese hombre y negó varias veces.

― Me gustaría ser él ¿sabes?

Gael presionó su mano derecha en el hombro.

― No sabes por lo que ha pasado para convertirse en este hombre de hierro al que tú conoces...

― ¿Más que yo?

Gael le dio una mueca angustiosa.

― Más que cualquiera de nosotros...

**********

Brandon despertó sobresaltado, y sintió que la pierna derecha le hormigueaba. Mario conversaba con Bruno.

Baltimore dormía en uno de los asientos de adelante. De vez en cuando, Mario lo observaba. Nadie en ese equipo dudaba que lo que Mario sentía por su amigo de toda la vida era más de lo demostrado a simple vista.

Sería difícil para ellos estar separados. Sin embargo, Brandon sabía que había tomado la decisión correcta al reemplazar a Azali por Bruno, en lugar de Eddie Baltimore.

¿El motivo? Simple, las distracciones. Danisa necesitaba hombres que la cuidaran, no hombres que estuvieran acurrucados besándose.

"Claro, por eso trajiste al presidente del club de fans de Dani".

Brandon se rascó la barbilla y sí, quizás, nombrar a Bruno Hoffman tampoco era la decisión más acertada, pero, es que en su situación tampoco podía tomar decisiones muy buenas.

Necesitaba, deseaba, extrañaba, ardía por Bastian Driesen. Y cada elección, de un tiempo para aquí, giraba en torno a estar cerca de ese muchacho, de sus besos y caricias.

"Falta poco, unas horas, sólo son algunas horas".

Se lo dijo a sí mismo controlando a su corazón, y al órgano del extremo sur que vibraba con fuerza.

4 horas después, la ciudad se observó desde el aire y Brandon quería saltar en el asiento como una colegiala que iba a encontrarse con su novio.

Se colocó la mano en la frente, cubriendo el sonrojo, cuando los muchachos comenzaron a buscar sus bolsos de mano.

― Ya estamos aquí, jefe.

Mario le guiñó el ojo y Bruno rio. Brandon tampoco le negó una sonrisa a ese comentario que tenía 10.000 connotaciones.

Estaba en paz, podía disfrutar el amor, nada alteraría la calma, nada...

TEMPESTAD - S.B.O Libro 10 (Romance gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora