60- Recuerdos de placer

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Sus glándulas salivales se activaron como si estuviera frente a un manjar. Y, de hecho, lo era. Luciano de Almeida era una delicia.

― Lo lamento, tuve que sacar ropa limpia.

Afirmó mostrando la ropa interior que todavía estaba en su mano. La piel sedosa, tostada y brillante. El tatuaje de dragón que contorneaba su cadera y llegaba hasta la mitad del lateral izquierdo de su espalda. El nudo de mar celta rodeando su brazo. Dios, era tan hermoso.

Su boca picaba, pero, necesitaba corroborar que los deseos eran mutuos y que Luciano estaba dispuesto a más. Alexander no era un primerizo y no había motivos para comportarse como tal.

Se humedeció los labios y sonrió, quitándose la camiseta. Los ojos miel de Luciano fueron a su estructura firme, de músculo sobre músculo. Luciano estaba estático. Alex le sonrió.

― Creo que yo también tomaré un baño, ha sido un largo día...

Dijo, llevando sus manos al cinturón de su pantalón mientras se quitaba los zapatos. Deslizó la prenda hacia el piso y se quitó las medias.

Iba a caminar hacia el tocador y Luciano, dejando el bóxer en el piso dio pasos hacia él y lo frenó, colocando su mano en el pecho fibroso.

― No.

― ¿No qué?

Los dedos temblorosos rozaron la línea que separaba los abdominales, había una fina capa de bello que desembocaba en el lugar que ahora Luciano quería conocer, mejor dicho, recordar.

Sin pensarlo dos veces, el muchacho sujetó con ambas manos el elástico de la prenda y lo llevó hacia el piso, quedando hipnotizado con la gruesa longitud que el ruso tenía entre sus piernas.

― ¿Sucede algo?

Luciano negó, y esos ojos llenos de seducción volvieron a aparecer. La yema de sus dedos perfiló los músculos de los brazos y Alexander ya no tuvo fuerzas para resistirlo.

Sujetó a su amante de la nuca y las bocas chocaron, Luciano se quedó sin aire, navegando entre la sorpresa y la excitación. Y ambos desataron a la bestia que llevaban en su interior. Alexander mordió el delicioso labio inferior del muchacho y este abrió la boca, permitiendo que la lengua ingresara y se uniera a la de él, la cual, bailaba deseosa.

Las manos de Luciano recorrieron la espalda hasta las nalgas, el ruso hizo lo mismo, sus bocas no se despegaban, todos los besos eran insuficientes.

¿Este era el mismo hombre que siempre le decía que odiaba besar?

Lucía como el portugués, olía igual a él, jadeaba de la misma forma que él, pero, su compartimiento era tan diferente. Entregado por completo al momento, sin reservarse nada para sí. Lo que el ruso siempre anheló se estaba concretando.

TEMPESTAD - S.B.O Libro 10 (Romance gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora