51 - Una nueva vida

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Gerónimo acarició las caderas de Ariel y recorrió su pecho, rodeando de nuevo con los dedos sus pezones.

― Quiero más — le dijo el kinesiólogo al cabo de unos minutos cuando Gero apenas había salido de él.

Se giró hacia su amante y volvió a besarlo, al punto de absorberlo en su boca, con ráfagas que rondaban el dolor y el placer.

Ariel se colocó de rodillas en la cama, afirmando sus manos en la parte delantera de sus piernas. Gerónimo sintió como su erección crecía cuando Ariel, con la lascivia que lo caracterizaba, introdujo una mano entre sus piernas y develó el líquido blanco espeso que corría entre ellas.

― Necesito más de esto.

Pronunció y, sin esperar respuesta alguna de su amor, se montó sobre él, moviendo sus caderas en círculo. Gerónimo se humedeció los labios y rozó con suavidad la piel a disposición.

Ariel tomó el pene y lo ubicó de nuevo en su entrada dilatada, haciendo que ingresara sin problemas cuando se sentó sobre él.

Comenzó a mecer sus caderas, para después saltar sobre esa verga gloriosa que le daba incalculable placer. Gerónimo cerró los ojos y levantó las caderas, perdido en las sensaciones, en su ansiedad de convertirse en un nuevo hombre o, mejor dicho, en ser él mismo, sin restricciones y etiquetas.

― Así, sigue...

Rogó Ariel cuando Gero tocó aquel punto que lo volvía loco, despertando todas las terminaciones nerviosas.

Gerónimo abrazó ese cuerpo candente y sudado y lo atrajo hacia él. El vaivén fue tal que Ariel no tuvo más opción que gemir como si lo estuvieran matando y, de hecho, en parte lo estaban haciendo.

Gero lo taladró por cerca de 10 minutos a una velocidad desconocida, haciendo que sus piernas temblaran y todo su cuerpo reaccionara al profundo orgasmo que tuvieron al unísono.

Sí, ambos terminaron juntos, cubriendo sus cuerpos con la esencia del otro, gozando el encuentro carnal y humano, alcanzado la plenitud que sólo entrega el placer rodeado de amor.

― Estás tan inspirado hoy...

Pronunció Ariel a modo de alabanza, las caderas de Gero disminuían el impulso y sus corazones volvían a latir en calma.

― No, amor, sólo estoy siendo yo mismo, después de mucho tiempo...

*********

Mike se cruzó de brazos, en la entrada de una de las carpas, mientras su esposo prestaba atención médica en lo que podía.

Sonrió al pensar lo parecidos que eran los Blake, la forma en que se mimetizaban con el dolor del prójimo y cómo las heridas de otros se convertían en propias.

TEMPESTAD - S.B.O Libro 10 (Romance gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora