54- Lo encontraré, contigo o sin ti...

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Los días transcurrieron en calma, en tanta calma que, a veces, Brandon quería gritar. Los Monzones comenzaron a ceder después del desastre que habían causado, los caudales enormes de agua que habían cubierto las calles y todas las zonas del país retrocedían y el sol, amado y odiado, comenzaba a brillar con todo su esplendor.

No había nada qué hacer ahí, Luciano había muerto y, cada día que pasaba le corroboraba más esa triste idea, la odiosa verdad que nadie aceptaba.

Baltimore y Mario se llevaban bien, siempre lo hicieron, pero, ahora, el lazo se sentía tan profundo que nadie dudaba que entre estos había ocurrido más que una habitación compartida.

El teniente se alegró por ellos, sobre todo por Mario, porque desde el primer instante, Charles entendió que la bestia sólo tenía un domador y su nombre era Edward Baltimore.

Alexander, en la vereda opuesta, había dejado de existir.

Días tras día, se ceñía más al abandono, dejando su corazón a la intemperie para que sufriera las inclemencias del tiempo. Ya no había tempestad, sin embargo, para el ruso, esa tormenta insoslayable nunca lo abandonaría, el dolor mortal que hacía que su corazón sangrara a cántaros no iba a marcharse.

Mario y Baltimore seguían su locura, buscaban pistas de manera incansable, ayudados por el gobierno de Myanmar que había destinado un grupo para el rescate. Brandon estuvo al frente de las negociaciones y, obviamente nada de eso le había salido gratis.

El dinero no le importaba, Charles habría sido capaz de dar toda su fortuna con tal de ver a sus amigos juntos de nuevo. La felicidad era una gran utopía en ese contexto.

Y fue una tarde de viernes cuando Brandon se armó de fuerzas para entrar a una de las carpas de MSF en donde Alexander estaba casi de forma permanente con su computadora, siguiendo los rastros de un fantasma.

Lo observó de espaldas, sentado en la mesa, acariciando la pantalla. En ella, había una foto del equipo, una foto que habían sacado en Ciudad del Cabo. El sol, la playa, la música, de pronto, Brandon volvió a ese hecho, a las risas, a las conversaciones graciosas, a las miradas que Bastian le daba y su corazón estuvo a punto de lanzar un quejido espantoso.

La memoria era el campo de los sueños, el territorio en donde jamás se pone el sol. Siempre lucirían así. Bellos, casi divinidades tostadas por el sol. Estaban inmortalizados en esa imagen, en un tiempo que jamás volvería. Siempre jóvenes, siempre alegres, juntos.

― Debemos irnos...

Se animó a decir cuando la garganta dejó de esforzarse por contener el llanto. Alexander se limpió los ojos y abrió un nuevo archivo en la computadora.

― Entonces, vete.

Brandon negó, y se vio obligado a hacerlo reaccionar, aunque fuera con dureza.

― No tiene sentido seguir aquí. Lo sabes.

― Error — respondió, de inmediato —. No tiene sentido para ti. Si no me mantengo ocupado mi corazón se hundirá. Es así de simple. No sé cuánto tiempo más pueda mantenerlo a flote, pero, lejos de él... es imposible...

Charles se animó a decir una vez más esas palabras que lastimaban como puñales.

― Luciano está muerto.

― ¿Y qué si lo está?

Desafió con frialdad, cansado de escuchar esa frase que hacía eco en las noches. El teniente negó, ante la respuesta absurda.

― ¿Qué carajo te pasa?

Alexander golpeó la mesa, haciendo tintinear la lámpara que había sobre ella junto a la computadora.

― Mi vida es suya. Me condenó a este amor, al sufrimiento eterno de verlo en los brazos de otros y tener que compartirlo. Me apuñaló en el instante en que me dijo que me amaba y cortó el cordón con el cuchillo que YO mismo le regalé ¿No entiendes Brandon?

Preguntó con dolor, hastiado de dar explicaciones.

― No voy a irme porque no tengo a donde ir. Porque mi lugar en el mundo es él y si él se va... no me queda nada. Sólo un pedazo de cordón con su perfume. Ese aroma que no se fue ni siquiera con la lluvia.

Brandon buscó acercarse, pero, Alexander lo detuvo.

― ¿Crees que Luciano querría verte así?

― ¿Qué más da si lo deseaba o no? Ya no interesa si quería mi felicidad. El me mató en el instante en que decidió salvarme.

― Ruso, te darás tantos golpes en la pared que tu cabeza sangrará, y, aun así, mantendrás vivo un idilio. La vida los apartó, Luciano no era tu destino.

― Te equivocas — cortó el hilo de esa conversación lúgubre —. No lo era hasta que tuvo los cojones de decirme "te amo", con eso, quedó atado a mí. Y te juro por Dios, que voy a encontrarlo, y lo meteré en mi cama y jamás saldrá de allí, aunque me ruegue a gritos.

Los vestigios de cordura estaban muriendo cada día como hojas de un árbol cuando llega el otoño. Alexander se acercó a Brandon y lo abrazó con fuerza, el hombre le correspondió el gesto.

― Gracias por todo lo que has hecho, de corazón, lo aprecio. Sin embargo, no me pidas que deje de buscar lo único que tengo, porque voy a encontrarlo, Brandon, contigo o sin ti. Aunque el mundo cuestione mi salud mental voy a seguir firme. Amo a Luciano de Almeida. Y jamás estuve tan seguro de una decisión como ahora...

"Estás tan perdido".

Brandon no iba a seguir cuestionando sus decisiones. Alexander había hablado y lo había hecho desde lo más profundo de su corazón.

Al día siguiente, el teniente subió al primer avión con destino a Sudáfrica que salió del aeropuerto de Myanmar. Baltimore y Mario fueron a despedirlo. Los hombres estaban de la mano, ante la mirada de desdén de varios de los que pasaban cerca.

La homosexualidad no era un tema que la sociedad tomara demasiado bien. Sin embargo, a ninguno de los 2 le importaba la opinión ajena.

El teniente se acomodó en el asiento del avión, intentando conciliar el sueño, una tarea un poco más que heroica debido a toda la tensión y angustia que llevaba en sus hombros.

Buscó el celular en su bolsillo y decidió escribir un mensaje.

"Amor, regreso a casa".

Lo envió en un segundo, sin esperar respuesta. Sujetó el aparatito apretándolo contra su pecho. Bastian lo esperaría seguramente, esa noche dormiría entre sus brazos y se amarían sin control, como siempre sucedía cuando sus cuerpos se rozaban.

El avión se alzaba entre las nubes y un sol tímido empezaba a iluminar el cielo.

Rogó por Alexander y le pidió a Dios, si de verdad estaba allí arriba, le concediera a esa pobre alma atormentada el deseo de su corazón para seguir latiendo. 


Mis amores!!! Ay, cuántas emociones que erizan la piel!! Estamos en momentos decisivos! De corazón, gracias por darle una vez más fuerza a esta Saga. Tempestad ha sido una tormenta de emociones y personajes que con valentía se levantan a pesar del dolor. Más humanos que nunca. Y de pronto, Ariel y Gerónimo ha dado paso a otros libros que vendrán en otras trilogías o sagas, como la historia de Mario y Baltimore, la de Jared, y la de Alexander y el portugués. Gracias por acompañarme, por estar conmigo siempre!!!

TEMPESTAD - S.B.O Libro 10 (Romance gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora