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Seokjin agradeció cortésmente al médico y salió del consultorio junto a un enfermo Jimin que se frota la panza con lentitud, resintiendo movimiento venir desde dentro; los retortijones ascendieron para alcanzar el inicio de su garganta en otra arcada, sin embargo, no consiguió sacar nada más que aire en un eructo bajo al tener el estómago vacío. Su rostro se deformo en queja por la náusea, pasando algo desapercibido para su padre que trata de leer la letra plasmada en aquella receta. Jimin volvió a quejarse por el dolor de estómago, haciendo que finalmente Seokjin se detuviese a buscar un asiento disponible en la sala de espera. Encontró uno y guio a su hijo a dicho lugar.

—Cariño, espera aquí —le indicó, recibiendo el asentimiento de un agotado rubio—, iré a recoger el medicamento.

Caminó no muy lejos, lo suficiente para llegar a la ventanilla de la farmacia junto a la sala de espera y ser vigía de su hijo a la corta distancia. Había dos personas delante de él, por lo que aprovechó para seguir intentando deducir qué rayos decía en el papel. En eso, un rostro conocido lo encontró, ingresando al lugar por un pasillo. Al reconocerse se sonrieron en simpatía y pronto una delgada Yongsun, enfundada en otra de esas batas blancas, se le acercó. Seokjin la saludó en cuánto estuvieron de frente.

—Hola —le regresó ella—. ¿Qué hacen aquí?

La fila avanzó. Seokjin miró donde su hijo permanece sentado con el ceño fruncido, observando su propia panza como si le recriminara el hecho de no poder soportar algo en mal estado, aunque era claramente su culpa por no haber revisado la fecha de caducidad.

—Jimin estuvo vomitando anoche —habló después de que ambos mirasen al susodicho—. Al parecer bebió un yogurt caducado en la escuela.

Yongsun asintió comprensiva. El turno de Seokjin siguió para entregar la receta a la recepcionista de la farmacia y ella recordó hacia qué parte del hospital iba antes de encontrarlos.

—Me alegra haberte saludado —dijo a modo de despedida en una ancha sonrisa, dispuesta a retirarse.

—Espera —consiguió que ella regresará su vista a él, luciendo desconcertada por su abrupto desespero—. ¿Estás ocupada?

Eso pareció convencerla lo suficiente para esperar a su lado el minuto que tardaron en entregarle las medicinas y en pagar por ellas. Se alejaron de la fila, siendo ignorados por el resto de personas que acuden a consultas, comprar medicamentos, programar citas y más.

—¿Sucede algo?

—¿Cómo ha estado Jungkook? —le devolvió la interrogante sin reparo.

—Bien —respondió con una pizca de inseguridad y parpadeó incrédula con las manos cerrándose en puños débiles en los bolsillos de la bata—. ¿Por qué?

Seokjin advirtió su reciente cambio de humor a uno más alerta, de ojos amplios y cómo se relame los labios con los nervios disparados.

—Oh, nada —soltó una risita corta, aparentando calma—. Casi no responde los mensajes o el teléfono en general, y me gustaría actualizarlo respecto a sus ingresos sin necesidad de que venga cada semana conmigo —mintió.

Bueno, no era una mentira completamente. Jungkook comenzaba a parecer distante en lo que al uso de su teléfono se refería, tardando demasiado en responder o siquiera ver sus mensajes; eso no aplicaba con las llamadas, pues parecía atenderlas de inmediato en cuanto las hacía; sin olvidar que ya casi no era necesario que acudiera a verlo al museo. Así que no, no estaba tan desconectado del mundo, no como quería ponerlo en contexto para la mayor de los Jeon haciendo que su semblante se preocupara en segundos. Pero Seokjin necesitaba un ingreso de información. Una pista, lo que fuera.

Red Forest / TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora